Fin de ciclo Vivimos cada uno de nosotros satisfaciendo necesidades y deseos.
Es natural que siempre tengamos una necesidad o deseo para satisfacer. Generalmente aparecerá una nueva necesidad superior a la que acabamos de realizar.
Creer en Dios – como cada uno lo conciba y acepte- ayuda a encontrar salida a los propios asuntos.
Hay algo interior que acude en nuestro auxilio para encontrar respuestas hábiles a hechos que parecen irresolublemente complejos.
Algunos de esos asuntos son comunes a la mayoría de los argentinos.
¡Estamos frente al desafío de preservar la dignidad!
Es preciso enfrentar decididamente y con ahínco todo lo que dificulta y reduce nuestra calidad de convivencia.
Ninguna victoria importante para nuestra vida se logrará sin la fe obrando en nosotros. Por lo tanto hay que emplearla y ayudar a que otros la utilicen… Se requiere esfuerzo interior.
Además de tener fe, es imprescindible utilizarla junto a otros recursos complementarios con la honestidad con uno mismo, la buena voluntad y la responsabilidad ética.
Asi obrando, podremos procurar lograr lo máximo.
Sin este conjunto de herramientas intangibles no hay éxito trascendente.
Sin esta firme postura la vida nos envuelve en sucesos inesperados, casi siempre indeseables.
Vivimos tiempos especialmente determinantes, de ahí la incesante sucesión de hechos y episodios impidiendo nuestro progreso personal, colectivo y social.
En este mismo espacio y tiempo que habitamos existen ideas-pensamientos superiores, digamos divinos, que incluyen el orden en el Universo. Cada uno de nosotros solo es una pequeña chispa de la inconmensurable llama que es la vida. Y quizás todo lo que estamos experimentando solo sea una buena parte de enseñanza.
Cualquier disminución de la violencia, pobreza y los otros males sociales debemos enfrentarlos, trabajando para resolverlos. No es negocio seguir esperando que otros los hagan. Si nos unimos para intentarlo mejor…
Necesitamos héroes. Muchos de ellos emergerán desde la abundancia de hombres buenos que habitan nuestra geografía.
Vale la pena la vida digna…
En esta dirección quienes estamos al frente de esta responsabilidad de comunicar… entramos en una faz de incorporar cambios que iremos instrumentando desde el próximo número hasta fines de marzo de 2010. Quedamos abiertos a recepcionar y en cada caso informar de las diversas inquietudes que entendemos llegaran en los próximos días.
Preservaremos nuestro gran primer objetivo fundacional… que reiteramos:
Desde aristotelizar.com queremos difundir toda aquella acción, noticia o suceso que contribuya a mejorar la vida de quienes habitamos en esta región sudamericana. Nos especializamos en las buenas noticias. No solo tendremos en cuenta las noticias. Incorporaremos información que ayude a confiar mas en nosotros mismos como sociedad, respetando la pluralidad de ideas y pensamientos.
Por lo tanto aprovechamos para agradecer a todos los que nos acompañaron hasta ahora.
Continuaremos analizando cambios que nos permitan cumplir con los objetivos deseados desde el comienzo.
Hasta la próxima.
Juan Báez.
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Ahora o nunca Todos los días es un día nuevo. Cada vez que pestañamos, algo cambió a nuestro alrededor. Nadie en este mundo tiene veinte, treinta o cuarenta años exactos.
domingo, 27 de diciembre de 2009
Le tenemos un respeto cabalístico a los números, a las fechas que sospechamos clave, a los calendarios y a los ceros. Para comenzar una dieta, las señoras excedidas prefieren dejar los postres los lunes. Nunca un miércoles por la tarde. Para ser más buenos, mejores personas o esposos fieles, muchos esperan que el año termine y que la buena letra comience a intentarse justo el uno de enero. Como los antiguos chicos de la primaria, que mejoraban la caligrafía con cada cuaderno nuevo.
Las crisis de las personas ocurren siempre cuando festejan aniversarios redondos. La de los treinta y la de los cuarenta es la que nos ataca a los hombres más a menudo. La de los cuarenta y la de los cincuenta, en cambio, es bien femenina y tiene que ver con el nacimiento de las arrugas, con la sequía de la maternidad. Un matrimonio se descontrola, por lo general, con la comezón del séptimo año. La edad del pavo sorprende a los adolescentes a los quince. El comunismo se les sube a la cabeza a los dieciocho. Se madura a los veinticinco. Se desea carne fresca otra vez a los cincuenta. A los ochenta, comienza a vivirse la yapa de la vida.
Tratar de encontrar principios y fines cronológicos a cuestiones tan azarosas e intempestivas como el amor, la angustia, el desarraigo o la madurez es una manía del hombre que sirve para ordenar lo ingobernable, para fingir que se le ha encontrado el norte a una brújula desatada: la del destino.
¿Por qué no empezar la dieta de la cebolla un martes, después de la novela? ¿Para qué nos juramos -en voz baja- ser mejores personas justo el 31? ¿Por qué no un veintisiete de abril, o un seis de setiembre? ¿Por qué a nadie le ataca la crisis de la frustración personal a los veintisiete, o a los treinta y tres? ¿Por qué tiene que ser, exactamente, a los treinta? Los números redondos nos provocan cosas. Deseos de balances o modificaciones sustanciales.
Hormigas donde la espalda encuentra su buen nombre. Bienvenidos, entonces, los números redondos, las cifras frías, los años y los lunes por la mañana. Pero hay que saber también que todos los días es un día nuevo. Que cada vez que pestañamos algo cambió a nuestro alrededor. Que el corazón, en el transcurso de esta frase, ya bombeó otra vez sangre nueva, y ahora otra, y cuando termine este párrafo habrá bombeado cuatro veces más dentro de cada uno.
Nadie en este mundo (ni el lector ni yo) tiene veinte, o treinta o cuarenta años exactos. Faltan cientos de horas, miles de minutos, para otro fin de año. Y muchísimos años para que se acabe otro siglo. Hoy, domingo veintisiete, no empieza ni termina nada nuevo en estas vidas. Y sin embargo: ¿hay algo por cambiar? ¿Alguna cosa que no cierra está en nuestras manos? No esperemos, ni siquiera, a fin de mes (ni de año, ni de década). No esperemos a los ochenta, esa yapa de la vida. Es ahora. Ahora o nunca. Ni bien leamos el punto final de esta cháchara, ni bien sepamos que el corazón de la vida sigue marcándonos el ritmo, hagamos algo para que brille la estrella. Por Hernán Casciari - Desde Barcelona | La Nación © 2009 Publicado en Diario Los Andes - Ver nota original
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