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PACTO GERMANO-SOVIÉTICO
65 años del abrazo entre Hitler y Stalin
Por Pedro Fernández Barbadillo
El pacto germano-soviético es uno de los episodios diplomáticos más vergonzosos del siglo XX. Los dos dictadores que amenazaban a Europa, Adolf Hitler y Josif Stalin, se repartieron la Europa Oriental en secreto. La colaboración de la URSS y de los comunistas de todo el mundo con el expansionismo nazi duró casi dos años. Después de la guerra, los comunistas hicieron todo lo posible por atenuar su importancia. |
Después de consumar el desmembramiento del Estado artificial de Checoslovaquia y de fundar el protectorado de Bohemia y Moravia, el siguiente objetivo de Hitler a fin de remover las cláusulas del Tratado de Versalles era la unión del III Reich con la ciudad alemana de Danzig, declarada ciudad libre por las potencias aliadas. La excusa era la presentación a Polonia de una serie de exigencias inaceptables que supondrían una negativa. El plan del führer contaba que Francia y Gran Bretaña reconocerían el hecho consumado.
Mientras el Gobierno nacionalsocialista aumentaba la tensión con Polonia y preparaba a su Ejército, Hitler tramaba un golpe maestro. La derrota de los Imperios Centrales en la Gran Guerra se debió a que tuvieron que repartir sus fuerzas en dos grandes frentes: el occidental y el oriental. Hitler estaba dispuesto a entrar en guerra contra sus enemigos en 1944, cuando concluía su plan de rearme. Hasta ese momento, Alemania estaría en inferioridad de condiciones y le convenía retrasar el estallido de las hostilidades. Por eso, Hitler empezó a tantear a Stalin.
El 23 de agosto de 1939, con una orden de ataque ya abortada, Berlín y Moscú comunicaron al mundo que los dos regímenes políticos en apariencia más opuestos de Europa habían acordado un tratado de amistad. La sorpresa fue tal que parte de la prensa comunista se negó a creerlo hasta que no tuvo la confirmación. De un día para otro, los bien entrenados propagandistas del comunismo borraron de su vocabulario las diatribas dirigidas con el III Reich y su caudillo; a cambio, las guardaron enteras para las democracias. Stalin recibió de sus fieles un nuevo pedestal para su genio. El día 24, el Papa Pío XII emitió un impresionante mensaje radiofónico en el que suplicaba por la paz.
Como hacían los monarcas absolutos, Hitler y Stalin se repartieron en secreto territorios entre el mar Negro y el Báltico. Cada dictador reconocía al otro una zona de influencia. Polonia fue repartida por cuarta vez (en el siglo XVIII sufrió tres repartos). La URSS recuperó zonas que habían pertenecido al imperio multinacional de los zares y cuya independencia admitió Lenin porque lo importante era la construcción del comunismo al precio que fuese. Hitler reconocía a Stalin el derecho a expandirse hacia Estonia, Letonia, Finlandia, Besarabia y Bucovina; Alemania obtenía Lituania.
Con las espaldas guardadas por este Pacto de Amistad, el III Reich saltó sobre Polonia el 1 de septiembre de 1939 con parte de sus ejércitos, mientras que el resto vigilaba las fronteras occidentales. El día 3, Francia y Gran Bretaña declaraban la guerra a Alemania. Stalin tuvo más suerte, pues el 17 atacó a la vencida Polonia, con la excusa de defender a las minorías bielorrusa y ucraniana, sin que su agresión causara en Londres y París una reacción similar.
Ya ocupada Polonia, Moscú y Berlín fijaron el reparto definitivo y en éste Stalin recibió Lituania. Unas semanas después, el dictador soviético exigió bases militares a los países bálticos y a Finlandia. Ésta se negó y el 30 de noviembre el Ejército Rojo la atacó. Pese a la superioridad numérica de la URSS, Finlandia resistió en la llamada "guerra de invierno". Sin embargo, aislada, tuvo que rendirse y entregar varios territorios por la Paz de Moscú de marzo de 1940. Lo único que hizo la Europa democrática por Finlandia fue expulsar a la URSS de la Sociedad de Naciones.
Los dos regímenes totalitarios prosiguieron sus buenas relaciones. Por medio del acuerdo comercial del 11 de febrero de 1940, la URSS se comprometió a suministrar a Alemania petróleo, hierro, cromo y manganeso, minerales de los que carecía por el bloqueo naval. A cambio, Alemania le entregaría equipo militar, industrial, ferroviario y farmacéutico. También intercambiaron prisioneros y exiliados.
La ayuda de la URSS a su nuevo aliado llegó al punto de que los comunistas franceses sabotearon el esfuerzo militar de su país cuando éste fue atacado por Alemania el 10 de mayo de 1940. Los comunistas sólo organizaron grupos de resistentes cuando Alemania invadió la URSS en 1941; hasta entonces, la resistencia fue un asunto de la derecha francesa. Las consignas de Moscú de defender a Alemania alcanzaron lugares tan lejanos como Argentina. El PC de este país se opuso al boicot de los productos alemanes que proponía el Gobierno nacional y aprobó el asilo concedido a la tripulación del acorazado Graf Spee, hundido frente a Montevideo.
Como recuerda Martin Amis en su recién traducido libro Koba, Stalin se negó a creer a su embajador en Berlín cuando le anunció que Alemania estaba atacándoles hasta que no recibió las llamadas de confirmación de las ciudades bombardeadas.
La explicación de los comunistas al abrazo de Stalin con Hitler es que gracias al Pacto se ganaron dos años para prepararse frente a una agresión alemana. Ciertamente, el régimen soviético no aprovechó ese tiempo, porque sólo el invierno y los suministros enviados por Estados Unidos a través del océano Ártico pararon a las fuerzas invasoras. Lo cierto es que tanto los nazis como los soviéticos compartían el desprecio por la democracia burguesa. Más olvidado que este Pacto son las votaciones de nazis y comunistas unidos en el Parlamento alemán de la República de Weimar para derribar Gobiernos. Hitler y Stalin se admiraban mutuamente y el georgiano llegó a brindar con el ministro Ribbentrop por la salud del führer.
Pese a sus traiciones y su oportunismo, el mayor vencedor de la Segunda Guerra Mundial fue Stalin. Los Aliados no sólo le reconocieron las mismas conquistas territoriales que obtuvo de Hitler, sino que se las ampliaron. Polonia, por cuya libertad Francia y el Imperio británico fueron a la guerra, quedó sometida al comunismo, al igual que medio continente. Estos errores tardaron casi cincuenta años en rectificarse.
Mientras el Gobierno nacionalsocialista aumentaba la tensión con Polonia y preparaba a su Ejército, Hitler tramaba un golpe maestro. La derrota de los Imperios Centrales en la Gran Guerra se debió a que tuvieron que repartir sus fuerzas en dos grandes frentes: el occidental y el oriental. Hitler estaba dispuesto a entrar en guerra contra sus enemigos en 1944, cuando concluía su plan de rearme. Hasta ese momento, Alemania estaría en inferioridad de condiciones y le convenía retrasar el estallido de las hostilidades. Por eso, Hitler empezó a tantear a Stalin.
El 23 de agosto de 1939, con una orden de ataque ya abortada, Berlín y Moscú comunicaron al mundo que los dos regímenes políticos en apariencia más opuestos de Europa habían acordado un tratado de amistad. La sorpresa fue tal que parte de la prensa comunista se negó a creerlo hasta que no tuvo la confirmación. De un día para otro, los bien entrenados propagandistas del comunismo borraron de su vocabulario las diatribas dirigidas con el III Reich y su caudillo; a cambio, las guardaron enteras para las democracias. Stalin recibió de sus fieles un nuevo pedestal para su genio. El día 24, el Papa Pío XII emitió un impresionante mensaje radiofónico en el que suplicaba por la paz.
Como hacían los monarcas absolutos, Hitler y Stalin se repartieron en secreto territorios entre el mar Negro y el Báltico. Cada dictador reconocía al otro una zona de influencia. Polonia fue repartida por cuarta vez (en el siglo XVIII sufrió tres repartos). La URSS recuperó zonas que habían pertenecido al imperio multinacional de los zares y cuya independencia admitió Lenin porque lo importante era la construcción del comunismo al precio que fuese. Hitler reconocía a Stalin el derecho a expandirse hacia Estonia, Letonia, Finlandia, Besarabia y Bucovina; Alemania obtenía Lituania.
Con las espaldas guardadas por este Pacto de Amistad, el III Reich saltó sobre Polonia el 1 de septiembre de 1939 con parte de sus ejércitos, mientras que el resto vigilaba las fronteras occidentales. El día 3, Francia y Gran Bretaña declaraban la guerra a Alemania. Stalin tuvo más suerte, pues el 17 atacó a la vencida Polonia, con la excusa de defender a las minorías bielorrusa y ucraniana, sin que su agresión causara en Londres y París una reacción similar.
Ya ocupada Polonia, Moscú y Berlín fijaron el reparto definitivo y en éste Stalin recibió Lituania. Unas semanas después, el dictador soviético exigió bases militares a los países bálticos y a Finlandia. Ésta se negó y el 30 de noviembre el Ejército Rojo la atacó. Pese a la superioridad numérica de la URSS, Finlandia resistió en la llamada "guerra de invierno". Sin embargo, aislada, tuvo que rendirse y entregar varios territorios por la Paz de Moscú de marzo de 1940. Lo único que hizo la Europa democrática por Finlandia fue expulsar a la URSS de la Sociedad de Naciones.
Los dos regímenes totalitarios prosiguieron sus buenas relaciones. Por medio del acuerdo comercial del 11 de febrero de 1940, la URSS se comprometió a suministrar a Alemania petróleo, hierro, cromo y manganeso, minerales de los que carecía por el bloqueo naval. A cambio, Alemania le entregaría equipo militar, industrial, ferroviario y farmacéutico. También intercambiaron prisioneros y exiliados.
La ayuda de la URSS a su nuevo aliado llegó al punto de que los comunistas franceses sabotearon el esfuerzo militar de su país cuando éste fue atacado por Alemania el 10 de mayo de 1940. Los comunistas sólo organizaron grupos de resistentes cuando Alemania invadió la URSS en 1941; hasta entonces, la resistencia fue un asunto de la derecha francesa. Las consignas de Moscú de defender a Alemania alcanzaron lugares tan lejanos como Argentina. El PC de este país se opuso al boicot de los productos alemanes que proponía el Gobierno nacional y aprobó el asilo concedido a la tripulación del acorazado Graf Spee, hundido frente a Montevideo.
Como recuerda Martin Amis en su recién traducido libro Koba, Stalin se negó a creer a su embajador en Berlín cuando le anunció que Alemania estaba atacándoles hasta que no recibió las llamadas de confirmación de las ciudades bombardeadas.
La explicación de los comunistas al abrazo de Stalin con Hitler es que gracias al Pacto se ganaron dos años para prepararse frente a una agresión alemana. Ciertamente, el régimen soviético no aprovechó ese tiempo, porque sólo el invierno y los suministros enviados por Estados Unidos a través del océano Ártico pararon a las fuerzas invasoras. Lo cierto es que tanto los nazis como los soviéticos compartían el desprecio por la democracia burguesa. Más olvidado que este Pacto son las votaciones de nazis y comunistas unidos en el Parlamento alemán de la República de Weimar para derribar Gobiernos. Hitler y Stalin se admiraban mutuamente y el georgiano llegó a brindar con el ministro Ribbentrop por la salud del führer.
Pese a sus traiciones y su oportunismo, el mayor vencedor de la Segunda Guerra Mundial fue Stalin. Los Aliados no sólo le reconocieron las mismas conquistas territoriales que obtuvo de Hitler, sino que se las ampliaron. Polonia, por cuya libertad Francia y el Imperio británico fueron a la guerra, quedó sometida al comunismo, al igual que medio continente. Estos errores tardaron casi cincuenta años en rectificarse.
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