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CINCO HISTORIAS DE URUGUAYOS QUE QUEDARON EN LA CALLE
"Montevideo es mi casa"
En invierno, las camas disponibles en refugios de Montevideo aumentan a unas 650. Sin embargo, queda gente en la calle. Allí se llega por distintos caminos, pero cada vez son más los que pierden el trabajo y un día se encuentran con que ya no puede ni pagar una pensión. Boris, Alejandro, Julio, Francisco y Andrea cuentan cómo se quedaron casi sin nada, cómo sobreviven y qué sienten.
Por Lucía Massa y Marina Giacomini
Boris vive en un "penthouse". Son diez metros de largo y cuatro de ancho, todo techado. "Si llueve no te mojas. El dueño sabe que estamos ahí, la Policía sabe que estamos ahí. Como estamos en una propiedad privada, muy retirada de la vereda, nadie nos molesta. Tenemos reglas de juego. Ahí no corre alcohol, drogas ni nada. Es un lugar para dormir". Boris vive en el alerón de una automotora.
"17 de abril de 2002". No se olvida de esa fecha. Ese día lo echaron de la pensión donde dormía. Sus primeras 48 horas viviendo en la calle las pasó recorriendo las paradas de ómnibus que en otros tiempos lo llevaban a su casa, en Peñarol. No aguantó más y se fue a la Caja de Jubilaciones "para descansar ahí sentado". Conoció a otro que le contó la primera regla básica de supervivencia: vestirse un poco "peor" para evitar "asaltos". Buscó en el bolso y se puso lo más viejo que encontró.
Con los días, se fue acostumbrando a vivir sin un techo y se armó su propia estrategia de supervivencia. "Tengo un recorrido diario que son unas panaderías y una parrillada. Las panaderías si les sobra, te dan. La parrillada, le entramos la leña, le limpiamos y el loco macanudo nos da. Trata de que no le corramos la voz para que no le desbordemos".
Boris cuenta que se quedó sin empleo a raíz de la devaluación. Durante años trabajó como sereno. Hoy, ya ni busca. "Ves los avisos en el diario y llegás a la conclusión que para los mayores de 40 no hay".
"Es duro, es duro. Llegar a un refugio y encontrarte con profesores de literatura, profesores de geografía, con muchísimo estudio, a veces con más estudio que uno y gente a la que le ha rodado mal la vida, por errores propios o por errores no tan propios. Uno no sabe hasta dónde puede rodar la vida ni dónde podés terminar", dice Alberto Hein. Integra la Organización No Gubernamental Cipfe y participó en el Plan Frío Polar y en los planes invierno.
Como todos los involucrados en el tema, Hein asegura que la cantidad de gente sin hogar aumentó y mucho en los últimos dos años. Aunque no hay cifras oficiales, el Movimiento Uruguayo de los Sin Techo (MUST) estima que hay más de 1.000 personas en esa situación sólo en los barrios del Centro, Cordón y Ciudad Vieja, de Montevideo.
Enfermos psiquiátricos que nadie está dispuesto a cuidar, adictos al alcohol y a las drogas, gente con antecedentes penales, personas mayores que tuvieron problemas para tramitar su jubilación. A la "selva se cemento" se llega por distintos caminos. Pero cada vez son más los que, como Boris, pierden el trabajo y un día se encuentran con que ya no son capaces ni de pagar una pensión.
Raúl Alayón, fundador del MUST, define la calle como una "espiral descendente". "Te sentás en la plaza y te ponés a pensar: ¿qué hago? Me quedo en la plaza. ¿Qué hago? Voy a una panadería que me da pan o trato de sacar la tarjeta del INDA (Instituto Nacional de Alimentación). Te dan por seis meses el almuerzo de desocupado y después nunca más. O te dan la canasta de los famosos 10, 12, 14 kilos, pero la gente de la calle, ¿dónde va a cocinar?"
Vivir en la selva de cemento
"Me pelotudié". Alejandro, que tiene 23 años y hasta que empezó el Plan Invierno pasaba la noche en el hall de una galería de 18 de Julio, reconoce que llegó a la calle por opción propia. Hace más de un año abandonó su trabajo como mandadero en una farmacia y no pudo pagar más la pensión. "Caí en la casa de mi madre, caí en la casa de amigos, caí en al casa de mi hermano, caí en la casa de mi madre otra vez, como pelota sin manija. Entonces opté por irme a la calle y rescatarme yo mismo".
Ahora tiene una pareja, Andrea, de 19 años, que vivió durante dos meses en la calle, después de perder su empleo como promotora. Estaba embarazada de seis meses. "Viste la plaza del Entrevero, que hay una Pasiva. De noche, cuando cerraba, juntábamos las sillas con otros chiquilines y dormíamos ahí. Nos tapábamos con una frazada", comenta Andrea.
Desde el 1º de marzo Andrea está en el albergue Punto de partida, con Brisa, su hija de dos meses. "Es un hogar diurno, tenés las cuatro comida. Es para mujeres con hijos. Tenés una habitación para vos y tu hija, podés lavar ropa".
Andrea y Alejandro se conocieron en una olla popular. Él sintió miedo cuando quedó en la calle, pero sostiene que, con la ayuda de otras personas, se aprende a sobrevivir en la "selva de cemento". "Empezás a conocer gente que te orienta, gente de la mala, gente de la buena. Vos elegís con quién ir. Conozco a pila de gente en la calle. Conozco a la gente mala también. Me llevo, pero 'hola y chau'. Y aprendés a sobrevivir, a sobrevivir en la selva de cemento, a bañarte en las plazas que podés bañarte, a comer en los comedores, a hacer colas, a pedir, a dormir en la calle".
Gerardo Monteverde, asistente social y asesor de la División Salud de la Intendencia Montevideo, cuenta: "La calle es un poco la ley de la selva. Hay poderes. La gente duerme con un ojo abierto y uno cerrado porque descansar bien pude implicar la pérdida de lo poco que la gente tiene. Y no son pocas las veces que aparece gente en la Intendencia que dice: 'Me agarraron, me pegaron, me sacaron la radio, los documentos, lo que tenía".
En febrero, por ejemplo, a Boris le robaron un bolso, con tres juegos de ropa y documentación irrecuperable, como la libreta de matrimonio de sus padres.
Pero en esa selva de cemento también existen historias de solidaridad y trabajo en equipo. Es el caso del MUST que, según Raúl Alayón, agrupa a unas 500 personas. "El Movimiento de los Sin Techo trata de dignificar a la gente de la calle, que cuando vayas al hospital te traten como persona, no como animal", ejemplifica.
Hay otras propuestas que apuntan a los sin techo. Una de ellas es Factor S, una revista que surgió por iniciativa de Cipfe. La venden los que viven en la calle. De los 10 pesos que sale cada ejemplar, cinco se los queda el vendedor, cuatro se usan para la próxima impresión y uno va para el albergue donde duermen.
Hein, que además de trabajar en Cipfe es el director de la revista, comenta que Factor S cuenta con 30 vendedores (no todos son fijos) por número y que hay quienes tienen un piso de venta de 500 ejemplares, lo que les reporta 2.500 pesos al mes. Según Hein, hay vendedores que con esa "changa" se pagan la pensión y algo más, y trabajan menos de seis horas por día de lunes a viernes.
Hablar solo para evitar la locura
"Si a la gente no le gusta cómo me visto, que me traiga ropa, pero que me traiga ropa nueva, así me miran de otra manera, porque si me traen ropa usada me van a seguir mirando igual". Julio, que prefiere no dar su nombre verdadero, cree que lo discriminan "por el solo hecho de vivir en la calle". Y por su aspecto.
Por la discriminación, una persona puede pasar cinco meses sin que nadie le dirija la palabra, señala el sociólogo Fernando Borgia, que asesora a la División Salud de la Intendencia de Montevideo. En ese esquema, hablar solo puede ser la única herramienta para evitar la locura: "Si pasás cuatro o cinco meses sin comunicarte, esa necesidad de comunicación, ¿cómo la resolvés? Muy probablemente hablando en voz alta. Quizás se trate de una persona sana mentalmente que se enfrenta a la necesidad de hablar sola para preservar su salud mental", declara Borgia.
María del Carmen Gómez, que es psicóloga y hace 15 años que trabaja con gente en situación de calle, dice que no es raro encontrar cuadros de depresión, que en algunos casos se traducen en "intentos de autoeliminación", y, sobre todo, "un corte con la realidad severo".
Los psicólogos aseguran que no es raro que el que se queda sin hogar culpe a otro de su situación. Y que, por lo general, en estos casos cuentan historias de herencias o sucesiones injustas.
El relato de Francisco García, de 53 años, podría encajar en este perfil. Dice que es profesor de composición musical y que perdió una pierna en un accidente de tránsito. Y que vive en la calle desde 1993. Cuando ve un grabador, Francisco se acerca para pedir que lo dejen "contar" su historia:
- En el año '90 sufrí un accidente de tránsito con un ómnibus de Cutcsa y gané un pleito en el año '93, de 15.000 dólares. Fui despojado de ese dinero por una artimaña legal y terminé en la calle. Se me quedaron con un apartamento que está en sucesión. La persona que sería la otra dueña de la propiedad mintió al juez y le dijo que yo estaba muerto, porque como yo no tenía dónde estar el juez no pudo localizarme.
- ¿Y quién le hizo eso?
- Mi hermano
Entre el "empujoncito" y la "costumbre"
"Voy a cumplir 30 años y no tengo nada. Me quise regenerar, dejar de robar y todo y, sin embargo, mirá dónde termino. Y yo soy joven. A mí el gobierno me tiene que dar ayuda, pero no me la da. Yo voy a aguantar muy poco más así. La Policía, el gobierno, todos me están incitando... No sé lo que va a pasar".
Julio vive en la calle desde hace dos años y medio. Vino del interior a buscar trabajo a Montevideo. No tuvo suerte. El 20 de junio estaba viviendo en la Plaza de los Bomberos y pensaba seguir ahí todo el invierno. Critica a la Policía y al gobierno. No se lleva con los familiares que tiene en Montevideo, pero sí tiene elogios para una señora que conoció en la calle y lo deja bañarse en su apartamento, le lava la ropa y muchas veces le da comida. "Es la mejor persona que he conocido. La quiero como a una madre".
Reconoce que ya bajó los brazos: "Está mal lo que me pasa. Me acostumbré a la calle y como que me entregué un poco, como que ya bajé un poco los brazos. Está mal, pero la mente de un ser humano y el corazón a veces no dan para mucho más".
Las perspectivas que tiene Alejandro son totalmente opuestas. "De acá a dos años me imagino ya con un trabajo, por lo menos con algo alquilando para poder vivir con Andrea y Brisa. Digo esto ahora porque antes no (lo decía). Antes yo estaba solo en la calle. Me llegó a importar tres pitos si tenía un laburo o no, si dormía en la calle o no", confiesa.
Otros ya lograron salir de la calle. Hein resume las historias de Jorge y René: "Jorge, Plan Invierno 2000, enfermero de profesión, problemas con el alcohol. Recuperado, nueva compañera, casa con teléfono. René, inmigrante, llegó a Uruguay, le robaron todo, una mano atrás y otra adelante, llega al Plan Invierno 2001. Hoy recompuso un montón de cosas y está trabajando. A veces es el empujoncito ese".
Una cama por tres meses
El 20 de junio Boris y Alejandro estaban en la Plaza de los Bomberos, esperando que pasaran a buscarlos para entrar en los refugios del Plan Invierno, que empezó ese viernes y se extiende hasta el 20 de setiembre.
El Plan Invierno tiene capacidad para albergar a 300 personas durante la noche, a las que les ofrece cena y desayuno, un lugar donde bañarse y asistencia médica. También se apoya con alimentación a gente que no duerme en los refugios del programa. Según la Intendencia de Montevideo, el objetivo es beneficiar a unas 965 personas por día. Si se cuenta a los refugios que no integran el plan, existen unas 650 camas disponibles para los sin techo en Montevideo, señala Borgia.
Hoy participan en el Plan Invierno la Intendencia de Montevideo, varios organismos públicos, la Iglesia Anglicana y las Organizaciones No Gubernamentales Cipfe, Ceprodih, Vida y Educación. El programa empezó en el año 2000 por iniciativa de la comuna. Entonces era más acotado. "El Frío Polar 2000 surgió a raíz de una muerte concreta por hipotermia. Fue un invierno muy crudo, con temperaturas bajo cero muchas noches. La Intendencia juntó a la gente y se la llevó para el Cilindro, siete u ocho noches, y después pasaron a alojarse en dos casas y en refugios que ya estaban en la órbita de las Organizaciones No Gubernamentales", cuenta Hein. El integrante de Cipfe agrega que el primer plan duró aproximadamente 40 noches.
Las opiniones que tienen los que están en la calle sobre el Plan Invierno son diversas.
Alejandro tiene esperanzas puestas en el plan, sobre todo en los cursos de formación que se prometieron para este año: "Dicen que este año va a ser más ordenado o estricto, que de alguna manera va a ser mejor. Aparte lo de los cursos es muy buena idea. Creo que es por la Intendencia que se puso las pilas y dijo: 'bueno, vamos a hacer algo con esta gente, la quiere rescatarse que se rescate".
Francisco, que estaba en uno de los refugios del plan el viernes 27 de junio, quiere que dure más tiempo. "El 21 de setiembre todavía hay lluvia, viento, frío. Podrían alargarlo un mes más y empezarlo antes. Los fríos que he pasado yo... he tenido hasta principio de neumonía".
Julio asegura que este año no piensa sumarse. "Porque no acepto limosna, porque no mendigo. A mí me tiene que dar trabajo el gobierno, si no me incita a robar. Yo tengo antecedentes, estuve preso hace años, pero me incita a robar. Que me dé trabajo, que es lo que yo preciso, no que me dé un techo por dos o tres meses, después si no yo vuelvo a la calle", explica.
Hein evalúa el plan en forma positiva. Dice que hubo un crecimiento en la cantidad de gente atendida y en la calidad de la asistencia, pero que falta "descentralizarlo". "Es un programa muy amplio, muy grande, pero seguimos en los lugares donde hay mayor cantidad de gente: Ciudad Vieja, Centro y Cordón.¿Qué pasa con la gente en situación de calle en torno a Malvín, Malvín Norte? ¿Qué pasa con la gente en situación de calle en la zona del Viaducto? Sé que es más costoso en términos económicos y que por el momento no ha sido posible, pero esa sigue siendo mi preocupación".
Alayón cree que, pese al Plan Invierno y a los otros refugios, va a quedar gente fuera. "En la calle, en el centro, se mueven casi 1.000 personas, más o menos. Este plan apunta a que sea un plan de inclusión pero a la vez es exclusión" porque las camas no alcanzan para todos, afirma.
Los involucrados reconocen que este invierno va a haber personas durmiendo en la calle. "Siempre muere gente de frío en la calle. El Profe murió en 2001. El año pasado murió una persona de frío en la zona cercana a Francisco Simón y Avenida Italia. Muchas veces esas personas que mueren, porque es la otra realidad, no quieren ir a los refugios", sostiene Hein.
Algunos se niegan a abandonar a sus perros, por afecto o porque les dan calor y seguridad el resto del año. Otros prefieren convivir con temperaturas que durante la madrugada se acercan al cero con tal de no perder sus "derechos" sobre el banco de una plaza, el hall de una galería o el alerón de un comercio. Durante la noche, en la selva de cemento, los espacios públicos de la ciudad se vuelven privados. Francisco lo deja claro: "Montevideo es mi casa. Sí, es mi casa. Porque tengo todo Montevideo a mi disposición, pero sólo la parte externa, no la interna".
(N. de R.: Las fotografías publicadas en este informe fueron tomadas en dos de los refugios del Plan Invierno y no se corresponden con las personas que dieron su testimonio
"Montevideo es mi casa"
En invierno, las camas disponibles en refugios de Montevideo aumentan a unas 650. Sin embargo, queda gente en la calle. Allí se llega por distintos caminos, pero cada vez son más los que pierden el trabajo y un día se encuentran con que ya no puede ni pagar una pensión. Boris, Alejandro, Julio, Francisco y Andrea cuentan cómo se quedaron casi sin nada, cómo sobreviven y qué sienten.
Por Lucía Massa y Marina Giacomini
Boris vive en un "penthouse". Son diez metros de largo y cuatro de ancho, todo techado. "Si llueve no te mojas. El dueño sabe que estamos ahí, la Policía sabe que estamos ahí. Como estamos en una propiedad privada, muy retirada de la vereda, nadie nos molesta. Tenemos reglas de juego. Ahí no corre alcohol, drogas ni nada. Es un lugar para dormir". Boris vive en el alerón de una automotora.
"17 de abril de 2002". No se olvida de esa fecha. Ese día lo echaron de la pensión donde dormía. Sus primeras 48 horas viviendo en la calle las pasó recorriendo las paradas de ómnibus que en otros tiempos lo llevaban a su casa, en Peñarol. No aguantó más y se fue a la Caja de Jubilaciones "para descansar ahí sentado". Conoció a otro que le contó la primera regla básica de supervivencia: vestirse un poco "peor" para evitar "asaltos". Buscó en el bolso y se puso lo más viejo que encontró.
Con los días, se fue acostumbrando a vivir sin un techo y se armó su propia estrategia de supervivencia. "Tengo un recorrido diario que son unas panaderías y una parrillada. Las panaderías si les sobra, te dan. La parrillada, le entramos la leña, le limpiamos y el loco macanudo nos da. Trata de que no le corramos la voz para que no le desbordemos".
Boris cuenta que se quedó sin empleo a raíz de la devaluación. Durante años trabajó como sereno. Hoy, ya ni busca. "Ves los avisos en el diario y llegás a la conclusión que para los mayores de 40 no hay".
"Es duro, es duro. Llegar a un refugio y encontrarte con profesores de literatura, profesores de geografía, con muchísimo estudio, a veces con más estudio que uno y gente a la que le ha rodado mal la vida, por errores propios o por errores no tan propios. Uno no sabe hasta dónde puede rodar la vida ni dónde podés terminar", dice Alberto Hein. Integra la Organización No Gubernamental Cipfe y participó en el Plan Frío Polar y en los planes invierno.
Como todos los involucrados en el tema, Hein asegura que la cantidad de gente sin hogar aumentó y mucho en los últimos dos años. Aunque no hay cifras oficiales, el Movimiento Uruguayo de los Sin Techo (MUST) estima que hay más de 1.000 personas en esa situación sólo en los barrios del Centro, Cordón y Ciudad Vieja, de Montevideo.
Enfermos psiquiátricos que nadie está dispuesto a cuidar, adictos al alcohol y a las drogas, gente con antecedentes penales, personas mayores que tuvieron problemas para tramitar su jubilación. A la "selva se cemento" se llega por distintos caminos. Pero cada vez son más los que, como Boris, pierden el trabajo y un día se encuentran con que ya no son capaces ni de pagar una pensión.
Raúl Alayón, fundador del MUST, define la calle como una "espiral descendente". "Te sentás en la plaza y te ponés a pensar: ¿qué hago? Me quedo en la plaza. ¿Qué hago? Voy a una panadería que me da pan o trato de sacar la tarjeta del INDA (Instituto Nacional de Alimentación). Te dan por seis meses el almuerzo de desocupado y después nunca más. O te dan la canasta de los famosos 10, 12, 14 kilos, pero la gente de la calle, ¿dónde va a cocinar?"
Vivir en la selva de cemento
"Me pelotudié". Alejandro, que tiene 23 años y hasta que empezó el Plan Invierno pasaba la noche en el hall de una galería de 18 de Julio, reconoce que llegó a la calle por opción propia. Hace más de un año abandonó su trabajo como mandadero en una farmacia y no pudo pagar más la pensión. "Caí en la casa de mi madre, caí en la casa de amigos, caí en al casa de mi hermano, caí en la casa de mi madre otra vez, como pelota sin manija. Entonces opté por irme a la calle y rescatarme yo mismo".
Ahora tiene una pareja, Andrea, de 19 años, que vivió durante dos meses en la calle, después de perder su empleo como promotora. Estaba embarazada de seis meses. "Viste la plaza del Entrevero, que hay una Pasiva. De noche, cuando cerraba, juntábamos las sillas con otros chiquilines y dormíamos ahí. Nos tapábamos con una frazada", comenta Andrea.
Desde el 1º de marzo Andrea está en el albergue Punto de partida, con Brisa, su hija de dos meses. "Es un hogar diurno, tenés las cuatro comida. Es para mujeres con hijos. Tenés una habitación para vos y tu hija, podés lavar ropa".
Andrea y Alejandro se conocieron en una olla popular. Él sintió miedo cuando quedó en la calle, pero sostiene que, con la ayuda de otras personas, se aprende a sobrevivir en la "selva de cemento". "Empezás a conocer gente que te orienta, gente de la mala, gente de la buena. Vos elegís con quién ir. Conozco a pila de gente en la calle. Conozco a la gente mala también. Me llevo, pero 'hola y chau'. Y aprendés a sobrevivir, a sobrevivir en la selva de cemento, a bañarte en las plazas que podés bañarte, a comer en los comedores, a hacer colas, a pedir, a dormir en la calle".
Gerardo Monteverde, asistente social y asesor de la División Salud de la Intendencia Montevideo, cuenta: "La calle es un poco la ley de la selva. Hay poderes. La gente duerme con un ojo abierto y uno cerrado porque descansar bien pude implicar la pérdida de lo poco que la gente tiene. Y no son pocas las veces que aparece gente en la Intendencia que dice: 'Me agarraron, me pegaron, me sacaron la radio, los documentos, lo que tenía".
En febrero, por ejemplo, a Boris le robaron un bolso, con tres juegos de ropa y documentación irrecuperable, como la libreta de matrimonio de sus padres.
Pero en esa selva de cemento también existen historias de solidaridad y trabajo en equipo. Es el caso del MUST que, según Raúl Alayón, agrupa a unas 500 personas. "El Movimiento de los Sin Techo trata de dignificar a la gente de la calle, que cuando vayas al hospital te traten como persona, no como animal", ejemplifica.
Hay otras propuestas que apuntan a los sin techo. Una de ellas es Factor S, una revista que surgió por iniciativa de Cipfe. La venden los que viven en la calle. De los 10 pesos que sale cada ejemplar, cinco se los queda el vendedor, cuatro se usan para la próxima impresión y uno va para el albergue donde duermen.
Hein, que además de trabajar en Cipfe es el director de la revista, comenta que Factor S cuenta con 30 vendedores (no todos son fijos) por número y que hay quienes tienen un piso de venta de 500 ejemplares, lo que les reporta 2.500 pesos al mes. Según Hein, hay vendedores que con esa "changa" se pagan la pensión y algo más, y trabajan menos de seis horas por día de lunes a viernes.
Hablar solo para evitar la locura
"Si a la gente no le gusta cómo me visto, que me traiga ropa, pero que me traiga ropa nueva, así me miran de otra manera, porque si me traen ropa usada me van a seguir mirando igual". Julio, que prefiere no dar su nombre verdadero, cree que lo discriminan "por el solo hecho de vivir en la calle". Y por su aspecto.
Por la discriminación, una persona puede pasar cinco meses sin que nadie le dirija la palabra, señala el sociólogo Fernando Borgia, que asesora a la División Salud de la Intendencia de Montevideo. En ese esquema, hablar solo puede ser la única herramienta para evitar la locura: "Si pasás cuatro o cinco meses sin comunicarte, esa necesidad de comunicación, ¿cómo la resolvés? Muy probablemente hablando en voz alta. Quizás se trate de una persona sana mentalmente que se enfrenta a la necesidad de hablar sola para preservar su salud mental", declara Borgia.
María del Carmen Gómez, que es psicóloga y hace 15 años que trabaja con gente en situación de calle, dice que no es raro encontrar cuadros de depresión, que en algunos casos se traducen en "intentos de autoeliminación", y, sobre todo, "un corte con la realidad severo".
Los psicólogos aseguran que no es raro que el que se queda sin hogar culpe a otro de su situación. Y que, por lo general, en estos casos cuentan historias de herencias o sucesiones injustas.
El relato de Francisco García, de 53 años, podría encajar en este perfil. Dice que es profesor de composición musical y que perdió una pierna en un accidente de tránsito. Y que vive en la calle desde 1993. Cuando ve un grabador, Francisco se acerca para pedir que lo dejen "contar" su historia:
- En el año '90 sufrí un accidente de tránsito con un ómnibus de Cutcsa y gané un pleito en el año '93, de 15.000 dólares. Fui despojado de ese dinero por una artimaña legal y terminé en la calle. Se me quedaron con un apartamento que está en sucesión. La persona que sería la otra dueña de la propiedad mintió al juez y le dijo que yo estaba muerto, porque como yo no tenía dónde estar el juez no pudo localizarme.
- ¿Y quién le hizo eso?
- Mi hermano
Entre el "empujoncito" y la "costumbre"
"Voy a cumplir 30 años y no tengo nada. Me quise regenerar, dejar de robar y todo y, sin embargo, mirá dónde termino. Y yo soy joven. A mí el gobierno me tiene que dar ayuda, pero no me la da. Yo voy a aguantar muy poco más así. La Policía, el gobierno, todos me están incitando... No sé lo que va a pasar".
Julio vive en la calle desde hace dos años y medio. Vino del interior a buscar trabajo a Montevideo. No tuvo suerte. El 20 de junio estaba viviendo en la Plaza de los Bomberos y pensaba seguir ahí todo el invierno. Critica a la Policía y al gobierno. No se lleva con los familiares que tiene en Montevideo, pero sí tiene elogios para una señora que conoció en la calle y lo deja bañarse en su apartamento, le lava la ropa y muchas veces le da comida. "Es la mejor persona que he conocido. La quiero como a una madre".
Reconoce que ya bajó los brazos: "Está mal lo que me pasa. Me acostumbré a la calle y como que me entregué un poco, como que ya bajé un poco los brazos. Está mal, pero la mente de un ser humano y el corazón a veces no dan para mucho más".
Las perspectivas que tiene Alejandro son totalmente opuestas. "De acá a dos años me imagino ya con un trabajo, por lo menos con algo alquilando para poder vivir con Andrea y Brisa. Digo esto ahora porque antes no (lo decía). Antes yo estaba solo en la calle. Me llegó a importar tres pitos si tenía un laburo o no, si dormía en la calle o no", confiesa.
Otros ya lograron salir de la calle. Hein resume las historias de Jorge y René: "Jorge, Plan Invierno 2000, enfermero de profesión, problemas con el alcohol. Recuperado, nueva compañera, casa con teléfono. René, inmigrante, llegó a Uruguay, le robaron todo, una mano atrás y otra adelante, llega al Plan Invierno 2001. Hoy recompuso un montón de cosas y está trabajando. A veces es el empujoncito ese".
Una cama por tres meses
El 20 de junio Boris y Alejandro estaban en la Plaza de los Bomberos, esperando que pasaran a buscarlos para entrar en los refugios del Plan Invierno, que empezó ese viernes y se extiende hasta el 20 de setiembre.
El Plan Invierno tiene capacidad para albergar a 300 personas durante la noche, a las que les ofrece cena y desayuno, un lugar donde bañarse y asistencia médica. También se apoya con alimentación a gente que no duerme en los refugios del programa. Según la Intendencia de Montevideo, el objetivo es beneficiar a unas 965 personas por día. Si se cuenta a los refugios que no integran el plan, existen unas 650 camas disponibles para los sin techo en Montevideo, señala Borgia.
Hoy participan en el Plan Invierno la Intendencia de Montevideo, varios organismos públicos, la Iglesia Anglicana y las Organizaciones No Gubernamentales Cipfe, Ceprodih, Vida y Educación. El programa empezó en el año 2000 por iniciativa de la comuna. Entonces era más acotado. "El Frío Polar 2000 surgió a raíz de una muerte concreta por hipotermia. Fue un invierno muy crudo, con temperaturas bajo cero muchas noches. La Intendencia juntó a la gente y se la llevó para el Cilindro, siete u ocho noches, y después pasaron a alojarse en dos casas y en refugios que ya estaban en la órbita de las Organizaciones No Gubernamentales", cuenta Hein. El integrante de Cipfe agrega que el primer plan duró aproximadamente 40 noches.
Las opiniones que tienen los que están en la calle sobre el Plan Invierno son diversas.
Alejandro tiene esperanzas puestas en el plan, sobre todo en los cursos de formación que se prometieron para este año: "Dicen que este año va a ser más ordenado o estricto, que de alguna manera va a ser mejor. Aparte lo de los cursos es muy buena idea. Creo que es por la Intendencia que se puso las pilas y dijo: 'bueno, vamos a hacer algo con esta gente, la quiere rescatarse que se rescate".
Francisco, que estaba en uno de los refugios del plan el viernes 27 de junio, quiere que dure más tiempo. "El 21 de setiembre todavía hay lluvia, viento, frío. Podrían alargarlo un mes más y empezarlo antes. Los fríos que he pasado yo... he tenido hasta principio de neumonía".
Julio asegura que este año no piensa sumarse. "Porque no acepto limosna, porque no mendigo. A mí me tiene que dar trabajo el gobierno, si no me incita a robar. Yo tengo antecedentes, estuve preso hace años, pero me incita a robar. Que me dé trabajo, que es lo que yo preciso, no que me dé un techo por dos o tres meses, después si no yo vuelvo a la calle", explica.
Hein evalúa el plan en forma positiva. Dice que hubo un crecimiento en la cantidad de gente atendida y en la calidad de la asistencia, pero que falta "descentralizarlo". "Es un programa muy amplio, muy grande, pero seguimos en los lugares donde hay mayor cantidad de gente: Ciudad Vieja, Centro y Cordón.¿Qué pasa con la gente en situación de calle en torno a Malvín, Malvín Norte? ¿Qué pasa con la gente en situación de calle en la zona del Viaducto? Sé que es más costoso en términos económicos y que por el momento no ha sido posible, pero esa sigue siendo mi preocupación".
Alayón cree que, pese al Plan Invierno y a los otros refugios, va a quedar gente fuera. "En la calle, en el centro, se mueven casi 1.000 personas, más o menos. Este plan apunta a que sea un plan de inclusión pero a la vez es exclusión" porque las camas no alcanzan para todos, afirma.
Los involucrados reconocen que este invierno va a haber personas durmiendo en la calle. "Siempre muere gente de frío en la calle. El Profe murió en 2001. El año pasado murió una persona de frío en la zona cercana a Francisco Simón y Avenida Italia. Muchas veces esas personas que mueren, porque es la otra realidad, no quieren ir a los refugios", sostiene Hein.
Algunos se niegan a abandonar a sus perros, por afecto o porque les dan calor y seguridad el resto del año. Otros prefieren convivir con temperaturas que durante la madrugada se acercan al cero con tal de no perder sus "derechos" sobre el banco de una plaza, el hall de una galería o el alerón de un comercio. Durante la noche, en la selva de cemento, los espacios públicos de la ciudad se vuelven privados. Francisco lo deja claro: "Montevideo es mi casa. Sí, es mi casa. Porque tengo todo Montevideo a mi disposición, pero sólo la parte externa, no la interna".
(N. de R.: Las fotografías publicadas en este informe fueron tomadas en dos de los refugios del Plan Invierno y no se corresponden con las personas que dieron su testimonio
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