jueves, 27 de mayo de 2010

RE: EL POETA Y LA MÁQUINA DE MATAR, ENVÍA AQUILES JULIÁN, DESDE REP. DOMINICANA

Publicado

Date: Thu, 27 May 2010 10:49:26 -0400
Subject: EL POETA Y LA MÁQUINA DE MATAR, ENVÍA AQUILES JULIÁN, DESDE REP. DOMINICANA
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El poeta y la máquina de matar.

 

"De qué te quejas, éste es el único país que respeta la poesía: mata por ella". 

                                                                        Osip Mandelstam, a su esposa

 

Por Aquiles Julián

 

En memoria de Osip Mandelstam

 

Vivimos un tiempo prerracional, prehumano. Un tiempo en que el crimen y el abuso o se ocultan, o se justifican y se ensalzan. Millones engañados, cómplices inconscientes de criminales despiadados: Hitler, Lenin, Stalin, Trotsky,  Pol Pot, Mao, Harry Truman, George Bush… Vivimos tiempos terribles. Inadvertidas masacres se ejecutan bajo nuestras narices, embobadas por el último desfile de moda, el último escándalo sexual del comediante de turno, el último fenómeno mediático, el último estupefaciente, en una sucesión apabullante de nimiedades dimensionadas para distraernos, para engatusar la percepción y narcotizar la conciencia.

El concepto moral de Lenín era muy directo,  patológicamente simple: el exterminio de las "clases superfluas", el asesinato puro y simple de los que a su juicio eran miembros de "las clases condenadas por la Historia". Por más que la historiografía soviética se dedicara luego orwellianamente a embellecer, expurgar, disfrazar y transformar una conducta sangrienta en un cuento de hadas (sorprendentemente, unas "biografía" maquillada del feroz asesino Félix Dzerzhinsky, alias "el martillo bolchevique", a quien Lenín encomendó crear La Checa,  se titula "Félix significa feliz", una muestra de beatificación de la historia y falsificación de la verdad),  las órdenes de Lenín de agarrar a 30 personas al azar y fusilarlas da la exacta medida de sus escrúpulos que, por cierto, brillaban por su ausencia.

Esa mentalidad de asesino en masas, escudada en su disparatosa ideología y sus falaces "leyes históricas" que les sirven de tapadera y justificación, llegó a su culminación con el líder de una banda de atracadores de Tiflis: Iosif Stalin.

Los otros no eran mejores. Los crímenes de Trotsky , compinche de Lenin, no quedan exculpados por haber perdido el tour de force por el naciente imperio bolchevique y luego haber sido mandado a asesinar por su viejo contrincante. El concepto de que había clases superfluas, destinadas a perecer y desaparecer y que  convenía darle una manita a la "Historia" (sí, un ente metafísico, una diosa secular inventada por estos ateos "científicos") fusilando en masa a las personas que tenían la desdicha de calificar dentro de estos grupos sociales al criterio de los nuevos zares, produjo matanzas incalificables. Y cuando no, se provocaban hambrunas espantosas para someter a la gente y desprenderse de un buen número de ellas (el campesinado también fue, después de manipulado y engatusado, sindicado de clase superflua). Las hambrunas provocadas en Ucrania y sus secuelas, que llevaron a humildes campesinos al acto horrendo del canibalismo por el simple afán de supervivencia, es demostración de la sevicia patológica de estos "heraldos de los nuevos tiempos". ¿Qué los diferencia de Hitler y sus crematorios? ¡La tecnología! Los nazis fueron más sofisticados, no menos criminales. La misma mentalidad de asesinato en masa: judíos y opositores, en el caso de los nazis; grupos sociales superfluos a su criterio, en el caso de los bolcheviques.

Dos magníficos libros: En la corte del zar rojo y Llamadme Stalin, del historiador Simon Sebag Montefiore pintan el atroz retrato de Koba, que evoluciónó desde ladronzuelo en Tiflis hasta adueñarse del poder total y crear un vasto imperio mediante un hábil rejuego entre politicastros ambiciosos (todos se detestaban entre sí y aspiraban a la principalía y todos subestimaron al astuto oseta), haciendo alianzas  con unos para aplastar a otros,  sólo para luego volverse y también aplastar al antiguo aliado.

Al arte,  los bolcheviques le asignaron una función: engatusar, adulterar, falsificar, disfrazar, distorsionar, justificar, mentir descaradamente, crear una realidad ficticia para consumo interno y externo, magnificar, endiosar, dimensionar, exagerar, borrar, reescribir… en fin, una función política y militar dentro de la guerra psicológica (ideológica, según la verborrea totalitaria): reestructurar las percepciones, adaptarse a las políticas momentáneas de los altos jerarcas, explicar que las percepciones reales eran erróneas y decir cómo debían ser interpretadas, justificar lo injustificable, dignificar la infamia y embadurnar de honor al crimen y al criminal, cantar las hazañas del psicópata y dar estatura de héroe al mediocre y al bandido.

Los escrúpulos morales eran cosa de la "burguesía derrotada". Trotsky, el soberbio y altanero geniecillo bolchevique lo explicó en el panfleto "Su moral y la nuestra". No hay que temer comprometerse en la peor infamia, siempre tendremos un aparato de escritores, periodistas y propagandistas que dará la versión oficial que exculpa y disfraza, que pinta idílicamente una realidad rosa al gusto de las damas de corazón sensible, con su héroe  homérico que afronta los peligros y dificultades con actitud decidida para restaurar el honor y salvar a los desvalidos. Félix significa feliz, no se olvide.

La dictadura zarista, aquel gobierno medieval, obsoleto, con sus terratenientes, sus nobles, sus estratos sociales, sus campesinos-siervos… Aquel anacronismo, aquella supervivencia de un período superado que se resistía a ceder, generó un sano ambiente de rechazo, y sus disparates, como su alianza "santa" en la Primera Guerra Mundial y su atraso militar la llevaron a su bancarrota y a la Revolución de Febrero, única verdadera ocurrida en aquella infortunada nación.

Pero aquel endeble ensayo de democracia iniciado en febrero del 1917, en un país sin tradición democrática, confuso y metido en el atolladero de la guerra, fue asaltado por Lenín y su banda financiada con fondos alemanes, una estrategia interesada del militarismo alemán para debilitar la alianza que acogotaba el expansionismo germano.

Lenín hizo compromisos indignos con los alemanes, que lo escoltaron a Rusia y le proveyeron de fondos para su aventura. Y mediante una hábil estratagema, dio un golpe de Estado (no hizo una revolución), para impedir que la democracia rusa se consolidara. Luego inventarían una historia rosa para pintar de héroes a la partida de canallas que se apropiaron de un proceso del cual no eran agentes y llevaran al país por el derricadero del "socialismo real".

Frente a la perplejidad de las mayorías, los bolcheviques hicieron gala de su "moral" y se adueñaron del país, imponiendo a balazo limpio sus pretensiones (ya saben, "el poder nace del fusil", lección moral 01, básica). Luego empezarían todos a luchar por la principalía.

Stalin, colocado en la aparentemente inocua posición de secretario de organización de la fracción bolchevique, maniobró para colocar a sus incondicionales y aliados en las posiciones de decisión y aguardó su momento. Todos los ensorbecidos jefecillos bolcheviques lo menospreciaban, y él, a su vez, les devolvía el cumplido. Cuando Lenín representó un obstáculo para su hegemonía, se aseguró de que no lo siguiera siendo y oportunamente Lenín murió. Posteriormente, empezó una ardua labor de desbroce de competidores empleando todos los medios posibles. Los fue excluyendo e incriminando en absurdas conspiraciones, arrancándole confesiones y produciendo sus propios eventos justificatorios a la medida,  como el conveniente asesinato de Kirov.

E implantó el Gran Terror.

La admiración por el terror jacobino de los bolcheviques es proverbial. Para Lenín y Marx el error de los jacobinos fue no profundizar el terror lo suficiente para asesinar o postrar a la sociedad, a los discrepantes, a cualquiera que no fueran ellos mismos, sin importar el costo en sangre, en vidas.

Y con las manos sueltas para poner en práctica sus teorías, ¿qué podían hacer sino extasiarse en aplicar en profundidad el terror?

Para lanzar un velo sobre su pasado, el atracador de Tiflis decidió expurgar no sólo a sus compinches del autodenominado Partido Comunista de la Unión Soviética, PCUS, sino a la sociedad misma. Los escritores, científicos, personalidades, incluyendo muchas de las que se prosternaron, incluyendo a quienes fueron sus cómplices en crímenes, fueron arrojados a las ergástulas, deportados a lejanos campos en condiciones infrahumanas, cuando no se les proporcionaba el eficiente pistoletazo en la nuca en los cárceles de la Lubianka.

Brillantes escritores encontraron uno u otro final. Algunos, como Solzenitsin, tuvieron la fortuna de sobrevivir y compartirnos aquella horrenda historia, en medio de la sorna y la calumnia de la matraca canalla de los izquierdistas y sus "compañeros de ruta", sarta de infames escritorzuelos y parásitos de viajes, ediciones y aplausos comprados.

La matraca canalla, el aparato de desinformación, propaganda, calumnia y espionaje, ese formidable, siniestro, eficiente y disimulado aparato que coordina y traza líneas de manera directa e indirecta (a través de sus sicarios intelectuales) a decenas de miles de amplificadores que se comprometen a repetir y repetir, a gritar y a vociferar, a susurrar y a reafirmar las calumnias, distorsiones, mentiras y medias verdades que la claque totalitaria considere oportuno difundir, fue establecida por orden de Lenín a comienzos de la década del ´20 del siglo pasado.

La tarea se le encomendó a un bon vivant alemán: Willi Münzenberg, quien se las ingenió para comprometer con "el futuro" a importantes intelectuales, neutralizar a otros y desacreditar a quienes se sustrajeron a sus chantajes y melosidades tóxicas. Un par de libros muestran los entretelones de ese montaje, que comprometió en crímenes a Pablo Neruda y a Nicolás Guillén, a Jorge Amado y a Paul Eluard, a Louis Aragon y a miles más. Fueron expertos en pathablar, en la jerga orwelliana,  cómplices voluntarios la mayoría, de los más sórdidos y horrendos episodios, sólo comparables a los protagonizados por sus semejantes: los nazis.

El aparato de calumniar, mitificar y desinformar, pese a la desarticulación del "socialismo real" en 1990, sigue en lo esencial indemne y cumpliendo su oscuro trabajo. Una apreciable cantidad de escritores dominicanos y latinoamericanos siguen compartiendo su pasión por el estalinismo y la represión sangrienta; evocan los buenos viejos tiempos de los viajes gratuitos y otras sinecuras; cantan nostálgicos a sus héroes, buscan nuevos césares a los que dedicar sus odas, como el deschavetado Chávez o el comediante en jefe Castro, cuando no a criminales como Tirofijo o el Mono Jojoy;  se embelesan idealizando al siniestro Che Guevara, autor de estas líneas melodiosas: "El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal." y siguen a la espera de que un cambio de vientos les devuelva el espacio para sus cánticos de alabanza al dictador dadivoso.

Una víctima, una de tantas, del Gran Terror estalinista fue el poeta Osip Emilievich Mandelstam.

En aquel período siniestro, Mandelstam fue  capaz de un acto de audacia tremendo: escribir un poema contra el torvo asesino instalado en el Kremlin. Aquel poema fue su condena, más al mismo tiempo le honra y distingue por el valor temerario demostrado.

Stalin, poeta mediocre, era alérgico al talento. De hecho, la idea que prevalecía en él era la de serviles escribanos sometidos a los designios de la NKVD (la KGB posterior y hoy la FSB, como en aquel cuento dominicano sobre nuestras querellas de principios del siglo XX, sólo nos queda comprobar que "son los mesmos"). Alexander Soltzenitsin se propuso desenmascarar a aquella estafa histórica y mostrar cómo un premio Nobel, el concedido al supuesto escritor soviético Mijail Sholojov por su novela El Don apacible, no fue más que el premio a la carátula creada por la NKVD de un proyecto en que se emplearon los textos incautados a los mejores escritores rusos para enhebrar una novela y crear algo que Gorski buscaba: el libro colectivo, amorfo, de todos y de ninguno, que reflejara la directriz del Partido y cambiara según los intereses del momento (véase el formidable libro "Ingenieros del alma", de Frank Westerman si se quieren más detalles).

A Mandelstam lo fueron acorralando hasta que lo hicieron morir. Le forzaron a escribir una humillante oda al Gran Líder y Padrecito de los Pueblos para salvar su vida. No sirvió de nada. Mandelstam estaba condenado. Una sobreviviente, la brillante Ana Ajmátova, amiga de Mandelstam y su esposa, nos comparte su imagen de él en aquellos tiempos de desamparo y crueldad.

Esa sociedad malvada y cruel, con patente cinismo, aquellos jueces miserables de un poder corrupto y falso, condenaron en 1934 a Mandelstam por el poema a Stalin  al destierro en los montes Urales. El poeta llegó al extremo de intentar suicidarse. Vivió varios años exiliado en la ciudad de Voronezh, cerca de la frontera de Ucrania. A su regreso, fue de nuevo hecho preso y de nuevo condenado a cinco años de trabajos forzados en uno de los campos del GULAG. Murió en  "Vtoraya Rechka",  un campo de concentración próximo a Vladivostok. Su esposa, Nadiezhda, aprendió de memoria los poemas de Mandelstam para preservarlos en medio de aquellos años inciertos. Risiblemente, en 1956 Mandelstam fue "rehabilitado" por la condena falaz de 1938, y 31 años más tarde, en 1987, por su condena del 1934. ¿Y quién juzgó y condenó a su vez a aquellos "jueces" verdugos?

Los grandes asesinos en masa gozan de la admiración de los incautos y de los serviles. Hay quienes justifican el crimen y lo glorifican. Por ahí andan los versos de Louis Aragon que canta a los energúmenos de la GPU. Y tenemos a Neruda, al cubano Guillén, a tantos que uncieron su poesía y su decoro al mamotrero sangriento del estalinismo, callaron los crímenes cuando no los justificaron con estridencia, sintiéndose "voceros" del porvenir.

Y hoy seguimos adorando a los pichones de tiranos y a los tiranos consumados. Justificando y glorificando la patada y el garrote. Tras la migaja. Siempre tras la migaja.

Leyendo la historia de los imperios: el asirio, el lidio, el medo, el caldeo, el romano… vemos que aquellos reyes que arrasaban ciudades y pasaban a cuchillo a sus habitantes, aquellas ínfulas engoladas, aquellas pretensiones de perpetuidad terminaron barridas, se hundieron en la noche de los tiempos. Igual pasó al Reich de los 1,000 años de Hitler, con sus sueños de hegemonía, sus mitos arios y su inmenso desprecio por la vida humana. Igual sucederá a los intentos dinásticos de los Castro, al de Kim Jong-il en Corea del Norte y sus émulos. Y la vergüenza eterna enlodará a quienes cantaron serviles a los nuevos césares. Por igual,  la admiración eterna acompañará a los que padecieron, a los que resistieron, a los que sucumbieron ante la furia de la barbarie prepotente, a los que hilvanaron aún sea un precario ejemplo de dignidad en tiempos difíciles, como diría el gran poeta cubano Heberto Padilla.

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El autor es escritor. Actualmente edita y dirige cinco colecciones de libros digitales que regala sin costo por la Internet. Para recibirlas, escríbale a librosderegalo@gmail.com

 



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