martes, 7 de septiembre de 2010

FW: Envío Nº 37/2010/ANNHA

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From: agencia1annha@gmail.com
Date: Tue, 7 Sep 2010 18:56:24 +0200
Subject: Envío Nº 37/2010/ANNHA
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En primer lugar, analizaremos los métodos y procedimientos de tortura que se utilizaron en los 

Preventorios «D» y «G», de la Ciudad Condal, que fueron, en rigor, las genuinas checas 


de Cataluña.


PREVENTORIO «D»

 

Estuvo ubicado en el número 4 de la calle de Vallmajor, en el inmueble de la Comunidad de Religiosas Magdalenas Agustinas, que lo ocuparon hasta julio de 1936. Era un edificio vistoso, de nueva cons­trucción, dotado de un bello jardín. Este Preventorio estaba integrado por dos cuerpos: la prisión, instalada en el antiguo convento y el «hotel» de interrogadores en lo que anteriormente fue escuela de pár­vulos de la Generalitat. Ambas edificaciones estaban enlazadas por un profundo pasillo, cavado en el subsuelo, por donde los detenidos eran trasladados en medio de un clima de misterio y de terror al no saber a donde eran conducidos y que evitaba las miradas indiscretas de la gente que transitaba la zona.

En este preventorio estaban recluidos hombres y mujeres. Para éstas se eligió una de las zonas más inhumanas: unas buhardillas ex­puestas a los rigores climatológicos y en las épocas de lluvias se con­vertían en locales anegados de agua. A los hombres se les reservó el resto del convento, incluida la capilla, que sirvió para la construcción de numerosas celdas de tortura de reducidas dimensiones y en las que permanecían hacinados los detenidos.

El autor de los planos y de las siniestras celdas de tortura de este Preventorio —y de las del Preventorio «G» de la calle de Zaragoza— fue Alfonso Laurencyc, un individuo nacido el 2 de julio de 1902, en Enghien, cerca de París; hijo de padres austríacos y nacionalizado yugoslavo; casado; vecino de Barcelona, ciudad que había visitado en el año 1923. Tras recorrer varios países durante un largo período, regresó otra vez a Barcelona, donde fijó su residencia. Ejerció varios oficios: pintor, dibujante, arquitecto, ingeniero, sargento de la Legión en España, oficial del Ejército yugoslavo y director de una orquesta de variedades. En 1933 se afilió a la CNT, y en 1936 lo hizo a la UGT. Estuvo procesado por estafa. El 19 de julio de 1936 se hizo pasar por periodista y por enfermero para poder mezclarse con los grupos repu­blicanos que, en plena excitación, asaltaron varias instituciones cuan­do sofocaron el Alzamiento.

Laurencyc declaró, durante el Consejo de Guerra en el que fue juz­gado el día 12 de junio de 1939, que él mismo sugirió al encargado del SIM, Urdueña, la realización de las celdas de castigo teniendo como referencias los datos que se le facilitaron de las existentes en la checa de Santa Úrsula, en Valencia.

Estas celdas fueron construidas en el jardín, en la parte trasera del edificio y su finalidad fue provocar efectos psicotécnicos en las víctimas. Las celdas psicotécnicas tenían un largo de 2,50 m. y un an­cho de 1,50 m. y la altura del techo: 2 metros; orientadas al sur reci­bían continuamente la luz solar y fueron alquitranadas por dentro y por fuera para que el color negro incrementara el calor agobiante. La forma rectangular se quebraba en un rincón mediante una curva que permitía romper los efectos familiares de otras celdas.

De estas celdas psicotécnicas, se construyeron cuatro, cuyo interior se repartía de esta manera: un camastro de obra de 1,50 que obligaba al encarcelado a dormir con los pies encogidos, y entonces se le salían las rodillas, pues el ancho era de sólo 60 cm., y para impedir que pu­diera dormir se le había dado a la superficie una inclinación de un 20 por ciento, de manera que resbalaba en caso de entrar en sueño y perder la consciencia de su posible caída. El camastro estaba ado­sado a la pared por lo que resultaba aún más difícil el encogimiento.

Los presos, lo más que consiguieron fue permanecer somnolientos y en continuos sobresaltos por su fatal caída, A lo sumo, los encarce­lados permanecían recostados o semisentados, pero sin lograr un ver­dadero descanso.

El estado de ánimo, el agotamiento y la claustrofobia obligaban al encarcelado a pasear por la celda, y para evitar que tales paseos fueran una manera de relajarse, se dotó al piso de las celdas de ladrillos fija­dos de canto, en horizontal y en perpendicular entre sí, lo que, en efecto, obstaculizaba todo paseo y el recluido se veía entonces en la necesidad de contemplar sólo el techo de la celda. Este techo había sido espantosamente decorado con dibujos especiales; espirales, puntos, círculos, etc., de distintos colores, mientras que la pared ofrecía líneas horizontales y otros dibujos, sobre un fondo gris como complemento del techo pintado en negro.

Los dibujos y las líneas se hicieron de estos colores: rojo (para calentar el sentido de la visión y enfadar el ánimo), azul (para forzar a los temperamentos nerviosos e histéricos), amarillo (realzaba los demás colores) y verde (en lugar tan tétrico, creaba un clima de me­lancolía).

La luz nocturna permanecía siempre encendida, mediante un po­tente foco colocado sobre el camastro, y era el colofón para impedir el descanso del posible durmiente. En las largas vigilias, los encarce­lados si se dedicaban a mirar los dibujos (cuadros de ajedrez, líneas onduladas, dados, círculos...) incrementaban su nerviosismo, amén del agotamiento por no poder dormir ni pasear. Pero aún se fue más lejos: se dispuso en cada celda un orificio por el que contemplaba parte del exterior y concretamente un reloj. Este reloj marcaba las horas de manera anormal, pues se le había acortado el muelle regu­lador y adelantaba a razón de cuatro horas por cada 24.

Los encarcelados ignoraban ese elemento diferencial y, por tanto, perdían la noción real del tiempo, que era la finalidad perseguida. Como carecían de relojes privados y demás pertenencias, ya que se les habían quitado, únicamente se guiaban por los reflejos condicio­nados del organismo como sería el caso de la alimentación diaria.

Así, los reclusos veían claramente que eran las doce del mediodía en el reloj —cuando en realidad eran las diez de la mañana—, pero sus estómagos marcaban el ansia de alimentarse, aunque eran los ran­chos tan parcos e insuficientes, por el solo hecho de ver la hora seña­lada. Como el rancho no se servía hasta las 12 horas, por ejemplo, las dos horas de diferencia azotaban a los presos moral y físicamente. Sus propios estómagos eran los encargados de martirizarlos, en situa­ciones tan deprimentes.

Difícilmente se puede conseguir un mayor grado de crueldad, que con estos efectos psicotécnicos. El hecho de permanecer dos o tres días en estas celdas era tiempo suficiente para destrozar moralmente a una persona y, sobre todo, si su resistencia física estaba mermada por azotamientos anteriores, falta de alimentación, humillaciones mo­rales, etc.

Por otra parte, el hotel de interrogatorios estaba dotado de otras celdas de tortura que provocaban sufrimientos harto penosos. Eran las denominadas celdas armario o celdas campanilla, que, como otras, tenían como objetivo infringir el mayor sufrimiento físico posible a los encarcelados.

Las celdas armario estaban construidas en madera y como su nom­bre indica eran una especie de armarios o cajones de 50 cm. de ancho por 40 cm. de profundidad y una altura graduable, ya que el techo era una plancha movible, rebajado a medida que impedía que se pudiera mantener el cuerpo derecho. Disponía de un asiento de cemento colo­cado a 65 cm. de altura y con una superficie de 13 cm., lo que obligaba a la víctima a mantenerse sobre las puntas de los pies debido a la es­trechez y poca profundidad. Así, con las rodillas tocaba la puerta y sobre ellas reposaba todo el peso del cuerpo, ya que éste resbalaba del incómodo asiento. Además, se habían dispuesto dos tablas: una entre las piernas y otra delante del pecho; ambas impedían cualquier mo­vimiento como cruzar las piernas o cambiar de posición, apoyar la cabeza sobre los brazos o taparse los ojos a la vista de un potente foco de luz que tenía la celda armario delante de un único ventanillo situa­do a la altura de los ojos. Esta luz era tan potente que aun cerrados ios ojos la intensidad luminosa hería la retina a través de los párpados por más que éstos permanecieran bajados.

En situación tan incómoda y torturadora no se podía resistir mu­cho tiempo. Uralde había calculado que un detenido no estuviera con­finado en la celda armario más de cinco o diez minutos, ya que el sufrimiento era considerado un castigo superior a toda resistencia humana. Sin embargo, Laurencyc declaró que con algunas víctimas el tiempo de tortura había sido de hasta treinta minutos y que, según referencias, muchas de ellas habían sido sacadas de la celda armario abatidas y desmayadas por el sufrimiento.73

Por otra parte, en algunos casos se había complementado el penoso padecimiento de las víctimas en la celda armario con la instalación de un sistema eléctrico de bordoneo continuo, por medio de un timbre con sordina, el cual producía sobre el cerebro de la víctima un efecto aniquilador.


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PREVENTORIO «G»

 

Se instaló en el número 77 de la calle de Zaragoza, donde había radicado, hasta julio de 1936, el Convento de Religiosas Sanjuanistas.

En esta checa se practicaron métodos y procedimientos de tortura muy similares a los del Preventorio «D» de la calle Vallmajor. Sin em­bargo, se introdujeron notables variaciones con la creación de celdas de castigo que aplicaban otras técnicas aún más refinadas. Una de las innovaciones fue la celda-nevera, variedad de la que se construyeron cinco, en el sótano de la finca, aunque estaba previsto que, a primero de 1939, se efectuara una ampliación de más unidades.

A las celdas-nevera se bajaba por unas escaleras de caracol sin ba­randilla ni otra clase de protección. De las cinco celdas-nevera, dos estaban cerradas herméticamente por medio de ventanas de hierro dispuestas a 40 cm. del suelo. Las estancias estaban anegadas de agua hasta la altura indicada por lo que, constantemente, los detenidos per­manecían obligados a tener los pies y parte de las piernas en el medio líquido. Además, las paredes de la celda-nevera eran dobles con un hueco medianero igualmente inundado de agua, lo que facilitaba que continuamente rezumase una humedad dañina. Para que la humedad de los muros aumentase, éstos estaban dotados de unos pequeños ori­ficios o canalillos inclinados que facilitaban un goteo permanente. Estas dos celdas-neveras, con ser siniestras y diabólicas fueron su peradas por las otras tres más especializadas. Dichas tres celdas tenían una altura de tan sólo un metro y gozaban de una pequeña ventilación por un agujero del fondo; el suelo estaba en pendiente fatal, de ma­nera que la víctima no podía permanecer de pie ni sentada ni tumbada, sino que se veía obligada a adoptar posturas contra natura y que a la larga, en medio de un ambiente tan insano y húmedo, el cuerpo pre­sentaba deformaciones físicas, azotes reumáticos y toda clase de rémoras psíquicas.

Otras celdas de tortura especializadas fueron las llamadas celdas del metrónomo, de las que se construyeron seis debajo de la escalera principal del inmueble. Todas las celdas carecían de luz y de ventila­ción, aunque se garantizaba que la víctima no muriera por asfixia al haber dispuesto tres ladrillos huecos en canto que facilitaban una mí­nima entrada de aire. En unas celdas, estos insuficientes respiraderos estaban situados a ras del suelo y en otras, en el techo.

Las celdas del metrónomo contaban con un suelo perturbado por ladrillos fijados de canto, al estilo de las celdas del Preventorio «D» de Vallmajor, que obstaculizaban el mero pasear. Dos de estas celdas del metrónomo disponían de un camastro de cemento a un metro de altura del suelo y separado del techo sólo 60 cm. Tenían una superficie horizontal para el posible descanso dotado de estrías cortantes y así, en caso de que la víctima cansada de estar de pie y sin poder pasear por la estancia, optara por tumbarse a descansar, las referidas estrías cortantes le herirían en la carne e inmediatamente la persona tenía que incorporarse otra vez. Debe aclararse que los encarcelados y re­cluidos en estas celdas de castigo estaban desnudos, semidesnudos o al menos con los pies descalzos.

Las celdas citadas tenían una dimensión de cuatro metros cuadra­dos ; sus puertas eran portátiles, de madera, carecían de mirilla alguna y para cerrarlas se atrancaban con gruesos barrotes también de ma­dera. Estaban situadas en un pasillo, a cuyo final y sobre una repisa colocada entre dos celdas se encontraba el metrónomo, un aparato de relojería que marcaba el movimiento regular y monótono de un tic-tac, cuyo sonido se ampliaba con ayuda de una caja de resonancia por medios eléctricos. El tic-tac ininterrumpido, monótono y enfático pro­vocaba un pavor obsesivo entre los encarcelados con efectos destruc­tores sobre su sistema nervioso. Los propios agentes de las checas evitaban permanecer en esta zona, ya que también les afectaba este padecimiento, que estaba inspirado en una tortura oriental, y basado en un exhaustivo conocimiento de la naturaleza humana.

Según datos que pudieron obtenerse, se tenía pensado instalar en esta checa o Preventorio «G» de la calle de Zaragoza, el llamado tor­mento chino consistente en el suplicio de la gota de agua que caería lentamente sobre la cabeza descubierta de la víctima elegida. Sin em­bargo, el SIM no pudo ponerlo en práctica porque lo impidió la libe­ración de la ciudad de Barcelona por el Ejército Nacional.

En cuanto a la Sala de Interrogatorios, se había adecuado al semi­círculo del ábside de la capilla del convento. En el centro, se instaló la silla americana o silla eléctrica (este procedimiento de tortura exis­tió también en otras checas de Barcelona), que constaba de una silla giratoria, accionada por los cuatro agentes que interrogaban al dete­nido con bruscos movimientos. La silla americana se implantó primero en Barcelona y el SIM decidió instalarla después, en las checas de Ma­drid, en los últimos meses del período rojo.

La silla americana estaba colocada en el centro de la estancia y la rodeaba una galería cubierta, en la que había ventanas de hierro a base de chapas en dibujo calado. A través de dichas celosías, los in­terrogadores podían preguntar sin ser vistos por los detenidos, quienes, al mismo tiempo, eran deslumbrados con grandes focos de luz. La víc­tima era cambiada de posición merced a los movimientos rápidos dados al sillón, de forma que quedaba con frecuencia frente al interro­gador que no le había formulado la pregunta, y por tanto daba una respuesta falsa con respecto a la pregunta que le había formulado el otro interrogador.75

La silla eléctrica tenía un respaldo en forma de ángulo alto y an­cho ; dotada de dos brazos cubiertos con una plancha de metal, mien­tras que el asiento, también metálico, adosado a un soporte-butaca. Cuando las víctimas iban a ser sometidas a esta tortura se les descal­zaban y sus pies eran mojados con agua para después colocarlos sobre unas hormas metálicas. Para impedir que la víctima se moviera, era atada al sillón con unas correas sus manos, brazos, pecho y piernas. El sillón recibía la alimentación eléctrica mediante cables disimulados con una alfombra.

Las descargas eléctricas duraban medio minuto y su aplicación era regulada por un reóstato. Los electrodos se aplicaban a las muñecas, ya que las manos estaban aplicadas con las palmas bien abiertas sobre el metal de los brazos del sillón.

Los efectos que producían las descargas eran harto penosos: se tenía la sensación de que el cuerpo de la víctima era golpeado por cien mil puños a la vez; se veía envuelto en una agitación y terribles convulsiones; se sentían irresistibles necesidades fisiológicas y las pal­mas de la mano despedían olor a carne chamuscada. A la víctima se le preparaba psicológicamente encerrándola dos o tres días antes, en las celdas contiguas para que escuchasen los lamentos de quienes les pre­cedían en tales tormentos.76

El suplicio de la silla eléctrica se ensayó, por primera vez, en la Central de Interrogatorios que el S. I. M. tenía instalada en la torre número 321 de Muntaner, una checa que respondía a cuanto hemos descrito.

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LA CHECA DE "SAN ELÍAS"

 

Esta checa estuvo radicada en el antiguo Convento de las Religio­sas Clarisas. Tal vez no aportó muchas originalidades en orden a mé­todos de tortura, pero se emplearon técnicas sin duda siniestras por su refinamiento. Entre los tormentos que se aplicaban hay que citar el collar eléctrico y los torniquetes de tortura. En conjunto, en todas las checas los interrogatorios fueron precedidos por azotamientos 5 palizas, que fue el papel reservado para los boxeadores «contratados» por el President Companys. Si las víctimas no correspondían con las declaraciones de datos sobre las redes de la llamada «Quinta Colum­na» es cuando se recurría a los métodos más sanguinarios. En este sentido, es interesante la referencia aportada por el notable periodista barcelonés Lorenzo de Otero Barranca; se hallaba preso en la checa de la calle de Zaragoza y estaba a punto de que le propinara una paliza uno de los boxeadores contratados por la Generalitat, cuando el púgil se quedó parado, y le dijo: «Señor Otero, yo a usted no le puedo pe­gar...» y, abochornado, intentó justificarse: «Compréndame, que yo vengo a ganarme unas pesetas». Era un boxeador de quien Otero había escrito en los periódicos numerosos comentarios sobre su carrera de­portiva, que había sido ciertamente notable.


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ANNHA

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