viernes, 30 de abril de 2010

RE: LA REACCIÓN EMOCIONAL DE LA CLASE MEDIA RADICAL Y LAS ELECCIONES, ENVÍA AQUILES JULIÁN, DESDE REP. DOMINICANA

Publicado

Date: Fri, 30 Apr 2010 14:12:03 -0400
Subject: LA REACCIÓN EMOCIONAL DE LA CLASE MEDIA RADICAL Y LAS ELECCIONES, ENVÍA AQUILES JULIÁN, DESDE REP. DOMINICANA
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La reacción emocional de la clase media radical y las elecciones

 

Por Aquiles Julián

 

 

 Un rasgo de conducta muy acusado entre la clase media urbana capitaleña dominicana es el radicalismo emocional, el actuar en base a sus impulsos y no en base a lo que la racionalidad fría y desapasionada muestra como el curso de acción lógico.

 

Así, se está motivando por vía de varios exponentes de ese segmento, la clase media urbana radical, integrada por individualistas inconformes, críticos, a disgusto de las insuficiencias de nuestra precaria y limitada democracia, de los comportamientos indecorosos de los partidos y los políticos locales, la posición de abstención, de no votar. Incluso han reclamado el absurdo de colocar la opción del no-candidato: Ninguno. Así que la consigna promovida es "Votar por Ninguno". Y se ha fomentado ese desatino en apasionadas columnas periodísticas, dignas de mejor juicio.

 

¿Es no votar un ejercicio de nuestra libertad o un ejercicio de nuestro ofuscamiento emocional? Más de lo segundo que de lo primero. El radicalismo emocional de la clase media urbana lleva a un segmento valioso como fermento crítico, como conciencia vigilante, como insatisfacción renovadora, como clarificador de nuestras lacras, insuficiencias, limitaciones, etc., a promover reacciones emotivas en vez de racionales que producen lo opuesto a lo que se aspira que ocurra.

 

De ahí, de esa constante respuesta reactiva emocional a hechos que disgustan deviene la continua frustración de ese segmento social, que repito es valioso y útil porque necesitamos al inconforme, a ese sector que George Bernard Shaw agudamente calificó de los "irracionales". Una revisión de la historia dominicana nos presentará a este sector lanzado a aventuras desquiciadas, sin ninguna base lógica ni logística, acciones reactivas para las que se carecían de preparación, estrategia y posibilidades de éxito, simples arranques emotivos a los que se consideraban obligados. Y precisamente porque la reacción emocional es la que determina el comportamiento de este sector, ha sido un sector sistemáticamente provocado y manipulado, con lo cual han terminado actuando en beneficio de segmentos más maquiavélicos, más pérfidos, más fríos y calculadores.

 

A partir de este enfoque se puede leer con nueva luz acontecimientos trágicos de nuestra historia reciente que han cercenado liderazgos prometedores, han facilitado masacres, han conducido a callejones sin salida históricos a los segmentos más progresistas de nuestra sociedad y han terminado por servir al encumbramiento al poder de los segmentos más conservadores y retardatarios. Y esto sucede desde nuestros comienzos como país independiente, está en la génesis de nuestra nacionalidad. Y es que la política no se debe  hace con la emoción, sino con la inteligencia.

 

¿A quién sirve la abstención? ¿Quién gana con el descrédito del instrumento: las elecciones, y el modelo: la democracia representativa? Los que aspiran, sueñan y en lo oscuro aguardan la oportunidad para imponer en el país una dictadura totalitaria; los que odian la las libertades y derechos civiles; los que sienten repulsión por ser legitimados por el voto popular, sabedores de que nunca concitarán el apoyo de las mayorías; los que sólo creen en la fuerza y en el paredón, en el baño de sangre como medio de imponerse al resto de la sociedad y obligarlo por el terror despiadado y extendido, un terror más intenso, total y sanguinario que cualquier otro padecido por nuestro país hasta el momento, a someterse a los dictados de una minoría que se abroga unilateralmente, sin elección ni opinión alguna discrepante, la representación autoritaria del resto de la población, a la que pisotea sin misericordia.

 

El odio a la democracia está en la base de los oscuros promotores de esa posición, y los siempre incautos miembros de ese "Club de los inocentes", como Willi Münzenberg los calificó cínicamente, que son nuestras clases medias urbanas radicales, repiten y popularizan una posición que a ellas mismas les significan el suicidio: este segmento social es el primero que es guillotinado por los nuevos amos, que aman la obsecuencia y el rastrerismo, precisamente lo que este segmento rechaza asqueado, y que castiga cualquier discrepancia, cualquier crítica, cualquier desentone, precisamente los rasgos que definen al sector social referido.

 

Preguntarse a quién sirve una posición o un comportamiento siempre es útil: evita que sigamos siendo carne de cañón de intereses ajenos y en muchas ocasiones opuestos a los nuestros. La clase media radical ha tejido una maraña densa de mentiras y medias verdades para justificar sus actuaciones, interpretaciones acomodaticias y tergiversadas de acontecimientos, destinadas a encubrir la incompetencia, el disparate y la precipitación,  y siempre ha inventado esas explicaciones para calmar sus sensaciones de ineptitud, señalando  siempre a  chivos expiatorios y culpables predilectos. Y es que nada mejor que tener un "culpable" para excusar la conducta propia.

 

Mientras no se admita la propia responsabilidad en actuar de forma impulsiva, emocional, sin analizar las condiciones y circunstancias y adoptar un curso de acción que responda a un análisis racional y desapasionado, aunque en lo inmediato disguste o repugne, no se aprenderá y se vivirá en el círculo vicioso de "atajar para que otro enlace", que ha sido la constante de la clase media radical dominicana.

 

El considerar, además, que se es más inteligente que el otro, el subestimar y cualquierizar a los demás, el autoconsiderarse predestinado a dirigir y gobernar al resto de la población, son otros de los vicios característicos de este segmento social. De ahí su frustración, su rabia, su encono contra la sociedad dominicana en su conjunto y contra otros segmentos sociales. Y de ahí el que se heroíce el fracaso, se encumbre a falsos héroes, se proponga el dislate como modelo. Se nos llama a copiar y repetir comportamientos y acciones fracasadas, en una delirante apología del desastre, de encumbramiento del martirio y del disparate como estrategia viable.

 

La promoción de Votar por Ninguno es, entonces, un flaco servicio al país, que necesita acrecentar su educación en los procedimientos democráticos. Antes, no hace tanto, cada certamen electoral era apocalíptico. Casi se sentía el restallar de la metralla. Los antagonistas, fieros, enseñaban sus fauces y rugían. La incertidumbre se cernía sobre el pobre país agobiado. Entonces, un día, en vez de los pusilánimes y venales jueces que ocuparon indecorosamente el tribunal electoral, tuvimos a un Juan Sully Bonnelly  y a César Estrella Sadhalá que dictaminaron responsablemente ganadores la noche misma del evento y rompieron la nauseabunda tradición de trapisondas y chantajes postelectorales.  Por primera vez se tuvo pantalones y se actuó con respeto a sí mismo. Y desde entonces, se acabaron los días de incertidumbres, rumores y amenazas de incendiar al país de un extremo a otro. Con ellos dimos un poderoso paso de avance cívico.

 

Hoy las elecciones no generan en la ciudadanía mayor preocupación. Cierto es que se han urdido planes para desconocer resultados. Cierto es que los partidos existentes buscan torcer la voluntad popular, robar urnas, adulterar resultados, comprar delegados y las mil y un mañas para lograr con malas artes lo que con popularidad y respaldo no han obtenido. Y esas prácticas no son exclusivas  de los sectores a los que se tilda de "derecha". En la Universidad Autónoma de Santo Domingo, sancta sanctorum  de lo que pasa por ser la "izquierda" dominicana y en otras instituciones dominadas por la misma, incluyendo sus propios cenáculos, viven en lo mismo. Es la vieja maña de ser como Jalisco que si pierde, arrebata.

 

Tenemos los partidos, los políticos y la democracia que hemos podido darnos. Para tener organizaciones de mayor contenido y sentido cívico, políticos que actúen no para depredar  sino constructivamente, una democracia más equilibrada, con mayor supervisión y control ciudadano sobre sus funcionarios, con menor concentración despótica de poder, más eficiente y cabal, tenemos  que madurar como ciudadanos,  tenemos que asumir nuestro rol. Y ese rol en forma alguna puede ser renunciar a nuestras prerrogativas, reaccionando emocionalmente, en vez de actuando con tino e inteligencia.

 

Las opciones electivas en este proceso en que escogemos a los legisladores y a las autoridades municipales, son amplias. Tenemos representantes y opciones de toda la gama del espectro político, desde los que convencionalmente podrían ser calificados de ultraizquierdistas y extremistas hasta los que igualmente podrían ser tildados de derechistas recalcitrantes. Todos los sabores. El problema es que, para algunos, no son ellos, sino otros, los postulados y los únicos que se sienten predestinados y merecedores son ellos, así que denostan a los demás. E incluso satanizan a sus excompañeros de ruta que hoy se postulan, dando un paso positivo en la dirección correcta: participar, dejarse oír, presentar su opción, promover su enfoque, ampliar el abanico de opciones del elector y enriquecer el debate electoral.

 

Renegar de las elecciones como el medio más sensato, inteligente y adecuado creado por la civilización en sus más de 4,000 años de existencia para escoger a sus gobernantes, es por antonomasia postular el acto de fuerza, la imposición a la brava, el enfrentamiento y la tiranía como el modelo que debe adoptar el país. O votos o botas ¿Es esa la alternativa  que los ninguneadores de nuevo cuño nos proponen?

 

Una de esas historias de boca en boca que proliferaron en nuestro país en los tiempos postrujillistas relata que a los infortunados apresados por motivos políticos en la cárcel los verdugos les mostraban diferentes tipos de foetes, macanas y chuchos con distintas calificaciones y les daban a elegir con cuál querían ser torturados. Y al decir estos: "Con ninguno", entonces pedían que les trajeran a Ninguno: el foete más grande, más hiriente, el peor.

 

Indiscutiblemente ahora entiendo claro qué significa "Votar por Ninguno"; qué elegimos al respaldar ese tipo de opción. Se transparenta la trampa. Se evidencia la insanía. Se hace obvio el objetivo de destruir lo poco que hemos conseguido avanzar para retrotraernos hacia lo peor que nos puede pasar. Propiciadores del amanecer totalitario, de la destrucción de las libertades y del Estado de Derecho, añoradores del hombre providencial, del jefe indisputable, del líder engolado y ensorbecido, del tirano inclemente; deseosos del baño de sangre, del asesinato en masa de todos los que discrepen, embargados en un jacobinismo inmisericorde que consideran el paredón como demasiado benigno y sueñan con centros de tortura peores que La 40 y El 9 donde someter a suplicio a todos los que contradigan o duden, estos motivadores del Voto por Ninguno aprovechan la falta de juicio, el impulso irracional que sigue siendo el modo en que la clase media radical urbana reacciona frente a los acontecimientos, para luego padecer las consecuencias de su insensatez.

 

Yo, por mi parte, busco conocer mejor a los candidatos y sus propuestas. Y también sus antecedentes y sus historias particulares, para hacer una elección lo más sensata e inteligente posible dentro de las circunstancias y condicionantes del proceso. Creo, afirmo y sostengo que hay muy buenos candidatos, que honrarían al Congreso y a los Ayuntamientos, y puedo citar a Pedro Catrain, a Francisco Domínguez Brito, Peggy Cabral, Wilton Guerrero, Milton Ray Guevara, Secundino Palacios, Reinaldo Pared Pérez, Amílcar Romero, José Rafael Vargas, Pelegrín Castillo, Minou Tavárez Mirabal, Ginette Bournigal,  Elpidio Báez, Alejandro Montás,  Elías Serulle,  Faride Raful,  Milagros Ortiz Bosch, como honrosos ejemplos de opciones valiosísimas, y no son los únicos y están en distintos partidos, al igual que creo y afirmo que también hay pillos, inmorales, tránsfugas, buscadores del lucro fácil, venales y serviles postulándose. Es una variopinta gama de opciones. Nuestra es la tarea de seleccionar. De escoger. De decidir.

 

Y prefiero esto. Creo que todavía tenemos mucho qué perfeccionar a nuestra legislación electoral para que los indecorosos y los bandidos no puedan ser elegibles. Y mucho qué perfeccionar en nuestra democracia para que sea más representativa, menos centralizada, más equilibrada, más participativa y en que haya más control del ciudadano sobre sus representantes y sobre los funcionarios. Hemos avanzado un buen trecho. Y nos falta mucho por mejorar. No podemos ni desalentarnos ni descorazonarnos. Por el contrario, hay que mantenerse alerta en defender el precario espacio ganado y propiciar que se amplíe.

 

Ese segmento social, la clase media urbana radical, es valioso para esa meta porque es crítico, porque mantiene una insatisfacción permanente, porque denuncia las insuficiencias y los fallos de nuestro sistema. Es nuestro fermento de avance y cambio. Más no podemos callar ante quienes lo manipulan y utilizan en una desquiciada posición que promueve la destrucción del escaso avance alcanzado para instaurar de nuevo una dictadura de signo totalitario tipo Trujillo, lo único que peor, infinitamente peor, más criminal, más obtusa, más incapaz y más terrible que cualquier régimen conocido. Y que precisamente se cebará sobre este segmento, al que cercenará la cabeza y lo erradicará, como pasó y sigue sucediendo en regímenes en donde los totalitarios han dominado y aún dominan.



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