Auto enfrentamiento… a propósito Si, a propósito del escrito de la semana pasada, que titulamos… Reflexiones….
Tales palabras fueron seleccionadas por el comunicador González Oro, inspirado en el video que se puede observar en nuestra sitio Web aristotelizar.com
En esta dirección e inteligencia traigo a la lectura los dichos de un
destacadísimo médico brasileño, copiosamente informado y muy reconocido en su hábitat, quién afirma: "El ser humano que no practica un auto enfrentamiento periódico de sus propios defectos/fallas, no tiene ninguna posibilidad de evolucionar…"
Únicamente, a través de la autocrítica se puede autogestionar la corrección de tales características. Tiene sentido, además que es totalmente lógico.
La pregunta es que pasa en nosotros mientras no hacemos el citado auto enfrentamiento.
En cuanto nos influye esa "carga" extraordinaria de fallas, defectos o como los queramos llamar.
¿Como afecta nuestra calidad de vida y a nuestra felicidad?
La vida particular de cada quién es un asunto privado y como tal no ejerceré ningún comentario.
En cuanto a nuestra vida en común, la que compartimos como miembros de la sociedad, incorporados al "pueblo argentino"… evidentemente si tenemos en común diversas responsabilidades.
Por ejemplo elegimos candidatos, participamos, nos comprometemos o no y a la par vivimos diversos acontecimientos que, finalmente crean la realidad que nos toca vivir. Cuando esta va en contra de nuestras necesidades y deseos, reaccionamos de múltiples formas, incluso buscando culpables. Por eso pareció oportuno el mensaje que quisimos transmitir… titulándolo Reflexiones…
Estamos viviendo tiempos políticos, mas agitados aún por el adelantamiento de las elecciones. La expectativa general es que se avecinan grandes cambios. Los necesitamos.
Incluso los ayudaremos a producirse. Participando o no.
El "efecto Alfonsín" no existiría sino hubiese concurrido tanta cantidad de ciudadanos, a despedir los restos del ex presidente.
Es una clara señal de la necesidad de cambios. El hecho, visto en un contexto integral, fue todo un acto político.
Se produjo de alguna forma un diálogo entre las ideas que daban vueltas en las mentes de quienes estaban cerca partidaria y políticamente y de quienes están en la vereda de enfrente.
Además el "pueblo" movilizó a la voluntad de los dirigentes políticos, instándolos a dejar situaciones personales y participar sumando al dolor colectivo, presencia y reflexión.
Incluso recordamos en esos días al Dr. Alfonsín por su permanente arenga del preámbulo de nuestra Constitución.
Las múltiples expresiones manifestadas finalmente construyeron nuevas ideas, que de a poco están refrescando y renovando la actividad de unos y otros. Mirando la próxima contienda electoral prevemos una actitud acorde al nuevo escenario, ya sin el líder radical. Vislumbramos una jerarquización de las campañas proselitistas.
Recordemos que él ganó apelando a la ética y al diálogo constructivo.
Por esta razón, la ética, el consenso, el diálogo son reclamos insoslayables del tiempo proselitista en el que ya estamos insertos.
Esta fue la intención al incorporar tantas "fallas o defectos" cívicos que nos guste o no, tienen aplicación a nuestro caso, más allá del mejicano. Claramente tenemos diferencias.
También poseemos virtudes como pueblo que no conviene dejarlas de lado. Por ejemplo la solidaridad de nuestro pueblo es reconocida por sus variadas demostraciones en innumerables crisis vividas en las últimas décadas.
Sin duda comenzamos una nueva etapa. Hasta la próxima. Juan Báez
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Volver al futuro Ninguno de los millones de argentinos que se conmovió con la muerte de Alfonsín lo hizo porque quiere volver a los '80. No hubo nostalgia en los llantos, sino deseos desesperados de abandonar este presente embroncado, crispado, inspirándonos en lo mejor del muerto ilustre. Nadie pretende volver al pasado. Todos anhelan volver al futuro.
No es que con la muerte de Alfonsín haya nacido un nuevo país, sino que hemos podido ver con mayor claridad el país que hoy tenemos. Un viento histórico sopla en la Argentina desde hace un tiempo y las multitudes lo vienen presintiendo. No es, en principio, ni pro ni anti gobierno, ni pro ni anti oposición. Es un grito generalizado exigiendo que, de una vez por todas, empiece a funcionar el sistema político que ya nadie discute, al servicio de todos y no de una u otra minoría.
Ese viento no trae la solución, sólo indica la dirección de una correntada que los políticos deberán conducir si no quieren ser arrastrados por ella. Todos, los que nos gobiernan y los que esperan su turno. El viento que sopla no es necesariamente anti-K, pero sí anti-confrontación al divino botón, anti-crispación al cuete. Y sopla igual en todos lados, porque la sociedad no está dividida y gane quien ganare en los comicios, el viento seguirá soplando en igual dirección.
Golpistas eran los de antes. Los de hoy no son tiempos destituyentes como nos quieren hacer creer desde algunas tribunas políticas. Y esa es una diferencia clave con los tiempos en que gobernó Alfonsín, que sí eran destituyentes.
Tanto el líder radical como los K confrontaron con fuerzas similares, pero en aquel entonces esas fuerzas tenían (o creían tener y todos los demás creían que tenían) el poder suficiente para volver atrás.
Muchos sindicalistas que enfrentaron a Alfonsín creían que su gobierno era tan débil como el de Illia y seguían pensando en una alternativa cívico-militar, como sus antecesores que festejaron el arribo de Onganía.
Los militares que intentaron varias asonadas -e incluso los guerrilleros que dijeron combatirlos con violencia- a fines de los '80, también seguían presos de la lógica pasada.
Y el "golpe de mercado" que influyó en la caída de Alfonsín fue tan destituyente como los sindicalistas y militares de ese entonces.
Frente a ellos, Alfonsín expresó la modernidad absoluta porque pese a un carácter enojoso parecido al de Kirchner, su convicción democrática era más profunda.
Quien explicó eso de modo inigualable fue el peronista Antonio Cafiero en la tevé, cuando afirmó no recordar ningún gesto de Alfonsín donde éste dividiera a la gente entre amigos y enemigos.
Es que el presidente radical era de enojo fácil pero no poseía estilo autoritario, por lo que siempre se negó a caracterizar a ningún sector social, político o económico -ni incluso a los que estaban en sus antípodas- como opuestos irreconciliables.
Mientras que casi todo el resto de las fuerzas políticas y económicas sí seguían -en los '80- sosteniendo consciente o inconscientemente, la lógica amigo-enemigo con que se encararon las luchas públicas argentinas hasta 1983.
Fue tanta la soledad de Alfonsín en esas convicciones que hasta hace muy poco se lo seguía considerando un ingenuo o un claudicante cuando pretendía integrar a la sociedad democrática hasta a sus más feroces críticos, conciliando con ellos. Y, ahora lo vemos, gracias a esa actitud hoy no existen riesgos ciertos de que el sistema democrático pueda desmoronarse por intentos golpistas de alguna de sus partes, excepto minorías ínfimas que no pesan en absoluto.
Pero paradójicamente, hoy algunos políticos en el poder -con el apoyo de algunos intelectuales oficialistas- pretenden sostenerse donde están buscando hacerle creer al pueblo que las lógicas destituyentes pululan por doquier, como en los '80. Lo que ya nadie se traga.
Y no es que los que propiciaron los golpes se hayan hecho enteramente democráticos, sino que las condiciones objetivas los obligan a imaginar otras alternativas, todas dentro del sistema, aunque las imaginen a su pesar.
En consecuencia, hoy los únicos que hablan de golpismo son algunos políticos que quieren lucrar imponiendo ese temor infundado, para acumular más poder del que ya tienen.
Sin embargo, lo lamentable de esa pretensión es que se haya vuelto a instalar en nuestra cultura política la lógica amigo-enemigo que tanto hizo Alfonsín para desterrarla en la construcción de la democracia. Lógica que no genera golpistas, pero sí un clima enrarecido, enfurecido, promotor de violencias.
Un clima con el cual la gente común está harta y que en toda ocasión que puede trata de demostrarlo. Ya sea repudiando el ridículo enfrentamiento campo-gobierno, o con su póstumo reconocimiento a un líder tolerante.
Más empresarios que políticos. Otro falso argumento que se plantea en estos tiempos, es que la clase política se ha debilitado frente a otros sectores (económicos o comunicacionales) que aunque no tengan el gobierno detentan el verdadero poder, y se dedican a impedir toda reforma pública, todo ataque a sus intereses y privilegios.
No obstante, es mentira que la clase política sea hoy mas débil que en las épocas de Alfonsín.
Por el contrario, es muchísimo más fuerte, aunque también muchísimo más desprestigiada, porque eligió -salvo honrosas excepciones- el camino del ascenso social como clase y no el de la transformación colectiva. Por eso esta clase política -en general- se fortaleció y el pueblo no.
No se trata, insistimos, que los intereses económicos sean más bondadosos que antes, porque el haber limitado las pretensiones de tales grupos sería un triunfo de la clase política, cosa que no ocurrió.
No, lo que pasa es que es la clase política la que creció, aunque represente menos al pueblo. Al menos mucho menos de lo que lo representaba en los inicios democráticos, cuando la UCR y el PJ eran los partidos con más afiliados y más militantes de Occidente, un capital político que se desaprovechó enteramente.
Ahora bien, si nunca esta clase política logró poner un límite en serio a los intereses económicos más concentrados ¿por qué decimos que es más fuerte que antes?
Para responder a esa pregunta, es preciso hacer un brevísimo recorrido histórico.
Durante la era alfonsinista, los políticos de la democracia estaban de un lado y los intereses económicos del otro. O al menos había claras diferencias entre ambos. Mientras que en la era menemista los políticos -ya devenidos una clase en pleno ascenso- se pusieron al servicio de los grandes poderes económicos nacionales y transnacionales, casi como si fueran comisionistas de los mismos.
Pero con la caída de De la Rúa todo cambió de nuevo, porque desde entonces la clase política -con la devaluación y con un presidente puesto por el Congreso- adquirió una independencia nunca vista, tanto del pueblo como de los poderes económicos. Y, paradojas de la vida, en el momento de su más total desprestigio es cuando más creció en poder real, dejando de ser comisionista de los poderes "reales" para devenir ella misma el verdadero poder, político y también económico.
Al gobierno de Menem se lo podría acusar de haber sido testaferro de tales o cuales poderes económicos, pero nadie podría decir lo mismo de Kirchner, quien no parece ser un comisionista de los empresarios hoy más beneficiados por el Estado, sino casi al revés. Como que esos empresarios amigos del poder fueran los comisionistas del verdadero poder económico, que coincide con las manos que detentan el poder político.
Del mismo modo, Mauricio Macri o Francisco De Narváez no parecen tampoco ser meros representantes de sus empresas o intereses particulares, sino que más bien son políticos con lógica empresarial, que intentarán, como ahora, continuar colonizando el Estado si no se los controla desde una política autónoma, al servicio del bien público.
Por eso, de lo que se trata es de reconstruir la política que imaginó y en parte construyó Alfonsín (cuyo espíritu merece ser compartido, aun por los que difieren de casi todas sus concreciones).
Esa reconstrucción hay que hacerla contra los políticos que intenten seguir siendo una clase separada del pueblo (lo que se empezó a forjar en los '80), o testaferros de otros poderes (lo que ocurrió en los '90), o un poder político-económico concentrado y hegemónico, patrones de estancia donde lo público y lo privado se hace indiferenciable (lo que ocurre hoy).
Contra el "golpismo democrático". Para reconstruir la autonomía de la política y su retorno a la representación de los intereses populares, quizá lo más importante frente a los comicios de junio no pase tanto por ocuparse de quién debería ganar o perder. Más bien habría que dedicarse a asegurar la gobernabilidad sea cual fuere el resultado.
Hablando en criollo, que los Kirchner si ganan no se vuelvan ebrios de poder multiplicando su negativa a reconocer los vientos de la historia y que si pierden no se depriman, yéndose. Para evitar -en uno u otro caso- que la clase política se haga otro golpe a sí misma como en 2001/2 (con el cual salvar su existencia y sus privilegios frente a la defección de alguno de los suyos y ante la ira popular).
Que eso son hoy los "golpes democráticos", al menos hasta que nos constituyamos en una República Parlamentaria que legalice los cambios de los jefes de gobierno por vías legislativas, sin afectar por ello la gobernabilidad. Por Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
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