Francisco Gallinal: “Al gobierno vernáculo le señalamos varias falencias que es oportuno recordar a la hora del recambio de Ministro de Economía”.
NOS GUSTARÍA SEGUIR DE FIESTA
Tras la crisis de 2002, el mundo vino en nuestro auxilio, quizá como recompensa por haber resistido la tentación del default de las obligaciones externas (aunque en esa dirección empujaba el partido hoy gobernante). Países desarrollados, China e India crecieron simultáneamente, impulsaron el comercio internacional y tonificaron la demanda de productos básicos, llevando sus precios a una expansión sin precedentes. En ancas de la robustecida economía mundial, los países latinoamericanos aun transitan una senda virtuosa de crecimiento económico y crecimiento del producto por habitante que permitió a muchos de ellos el superávit en la cuenta corriente de la balanza de pagos y también en las cuentas públicas, incrementando su gasto público a menores tasas que el PBI. En un contexto de bajas tasas de interés, reestructuraron y redujeron sus deudas públicas y mejoraron su perfil de vencimientos, y recompusieron sus reservas internacionales, lo que unido a la apreciación de sus monedas disminuyó la crónica vulnerabilidad externa. También bajó la tasa de desempleo.
Uruguay se benefició de esta nueva situación, tuvo suerte e hizo algunas de esas cosas pero, como dice el refrán, a la suerte hay que ayudarla, y al gobierno vernáculo le señalamos varias falencias que es oportuno recordar a la hora del recambio de Ministro de Economía.
Primero, aumentar desmedidamente el gasto público y la presión fiscal, incluso creando nuevas cargas tributarias, cuando estaba todo dado para, sin desatender las urgencias sociales, hacer lo contrario: eliminar de entrada el impuesto a los sueldos, bajar el IVA y otras medidas que los nuevos niveles de recaudación permitían, y/o alcanzando un franco superavit en vez de un escuálido potencial “casi equilibrio” al que increíblemente no llegaremos después de un lustro de fuerte crecimiento de la misma.
Segundo, no aprovechar la bonanza para bajar el endeudamiento público, que ha crecido, y/o para crear fondos de reserva para un futuro más complicado.
Tercero, no potenciar todo esto con un buen clima de negocios que impulsara en los hechos (y no sólo en el discurso) la inversión productiva: en dirección opuesta se orientó la política salarial y laboral, alentando desvíos respecto de la productividad, desbordes gremiales, normas negativas e inseguridades jurídicas.
Cuarto, perder una gran oportunidad para una mejor inserción internacional al no avanzar decididamente en las relaciones económicas con EEUU.
Quinto, sin olvidar que hay elementos externos en este plano, exacerbar la inflación con un manejo inicial laxo de la política monetaria y con la ingente masa de recursos volcada por el gasto público.
Sexto, dejar pasar un momento ideal para promover inversiones en nuevos productos y sectores, buscando la generación de mayor valor agregado y más autonomía respecto de los mercados de productos básicos.
Y séptimo, agotar los márgenes de seguridad, especialmente por el lado de la presión fiscal, por la rigidez de los compromisos contraídos y el nivel tan alto que en caso de crisis no admitiría nuevos incrementos de la carga tributaria.
Nos gustaría seguir de fiesta, pero el ambiente de jolgorio da curso a otras perspectivas que para el próximo gobierno seguramente serán serias preocupaciones: parpadean luces amarillas y amenazas de rojas en la economía internacional y también en el barrio, donde Argentina empieza a sentir escalofríos. Tememos que ni el gobierno, agarrotado por compromisos preelectorales corporativistas, ni un nuevo Ministro muy acotado tanto en sus anunciados objetivos como en sus reales posibilidades de acción, podrán ni querrán desandar algunos pasos aunque hayan sido exagerados.
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