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Entrevista en Radio AM CX36 1250 Centenario con Efraín Chury Iribarne:
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Remember every September 11th: The Twin Towers´s Auto Attack
And else things: Granada and Allende
Recuerda cada 11 de Setiembre: El Autoatentado de las Torres Gemelas
Y más cosas: Granada y Allende
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Date: Sat, 23 Aug 2008 15:25:59 -0300
From: raulalayon@adinet.com.uy
To:
Subject: GENTE DE LA CALLE
Sr Raul Alayon
Movimiento Uruguayo de los sin techo
Grito de lo excluidos del Uruguay
Fundacion Gedisos Argentina
Presente:
El prejuicio social no hace distingos entre el recogedor de material reciclable, el mendigo y el delincuente. Los dos primeros son vistos por muchos como si fuesen potencialmente el tercero. Sin embargo, el delincuente roba o hurta; el mendigo pide; el recogedor trabaja.
El Estado tiene la obligación de amparar a los tres: impidiendo que un ciudadano se vuelva delincuente o castigarlo, reorientándolo para la sociedad; ofreciendo al mendigo una red de protección social; reconociendo y asegurando los derechos del recolector. También debe lograr que la sociedad comprenda al conjunto de la población de la calle, a la que debe garantizar derechos tales como la salud, documentación, protección física, reconocimiento de su dignidad, abrigo (cuando lo buscan), espacios de arte y de ocio, etc. En fin, ciudadanía.
Vale la pena decir algo sobre la posición social que los mendigos ocupan, pues cuando se convive con ellos y se descubre que son seres humanos comunes, no se puede menos de quedar admirado con la curiosa actitud de la sociedad respecto a ellos. Las personas parecen encontrar una diferencia esencial entre mendigos y ¿trabajadores? comunes. Creen que ellos forman una raza aparte: la de los vagabundos, como los criminales y las prostitutas. Los trabajadores ¿trabajan?, los mendigos ¿no trabajan?; son parásitos, inútiles por naturaleza. Se da por hecho que un mendigo no gana la vida de la manera que un minero o un crítico literario ganan las suyas. Él no pasa de ser una excrescencia social, tolerada solamente porque vivimos en una época humana, pero él es esencialmente despreciable.
A pesar de todo, si miramos de cerca, vemos que no hay una diferencia esencial entre el modo de vida de un mendigo y el de innumerables personas respetables. Se dice que los mendigos no trabajan. Pero, entonces, ¿qué es trabajo?? Un obrero manual trabaja usando un pico; un contador trabaja sumando números; un mendigo trabaja estando a la intemperie en todo tiempo, ganando varices, bronquitis crónica, etc. Es un oficio como otro cualquiera, bastante inútil, es verdad pero muchos oficios respetables también son inútiles. Y, como tipo social, el mendigo sale bien parado si se le compara con muchos otros. Él es honesto, en comparación con los vendedores de la mayoría de los medicamentos de patente; de altos principios, si se le compara con el dueño de un periódico dominical; amable, comparado con un comerciante que vende al crédito a precios de extorsión. En resumen, es un parásito, pero parásito razonablemente inofensivo. Raramente obtiene más de lo que necesita para llevar una vida indigente, y paga por ello un sufrimiento incesante, lo cual podría justificarlo, de acuerdo con nuestros códigos éticos. No creo que en un mendigo exista algo que lo coloque en una categoría diferente de las otras personas o que dé a la mayoría de las personas modernas el derecho a despreciarlo.
Surge entonces la cuestión: ¿por qué son despreciados los mendigos? Pues lo son, en todas partes. Pienso que es por la sencilla razón de que no consiguen ganar lo suficiente para llevar una vida decente. En la práctica, a nadie le importa si el trabajo es útil o inútil, productivo o parasitario; la única exigencia es que sea lucrativo. A fin de cuentas, en toda conversación actual sobre energía, eficiencia, servicio social y cosas semejantes, el sentido no es más que gane dinero, gánelo legalmente y gane mucho. El dinero se ha transformado en la gran prueba de virtud. En dicha prueba los mendigos salen reprobados y por eso son despreciados. Si fuera posible ganar diez libras semanales mendigando, la mendicancia se transformaría inmediatamente en una profesión respetable. Observado de forma realista, un mendigo es apenas un hombre de negocios que gana la vida a su modo, como otros hombres de negocios. No vendió su honra al menos no más que la mayor parte de las personas modernas. Sólo cometió el error de escoger un negocio en el que es imposible enriquecerse.
El texto entrecomillado, escrito en 1933, es de la autoría de Eric Arthur Blair, famoso años después como George Orwell (autor de 1984 y Revolución en la granja) y figura en su libro Peligro en París y Londres).
Quién sabe si no fue un mendigo con vocación poética quien escribió este poema anónimo escrito en una pared:
A decir verdad nunca tuve un pijama, ¿para qué, si nunca tuve cama? Verdad verdadera , nunca tuve un juguete, sólo tuve miedo. Pero hoy hace tanto frío, tanta humedad, que invento una manta de sol potente y un pijama de sueño en cama caliente. Es bueno saltar, soñar con ser gente.
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