jueves, 28 de febrero de 2008

¡QUÉ TEMA EL DEL AMOR...!

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raul alayon

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Sólo cuando estás bien contigo mismo puedes estar bien con los demás.

Sólo cuando manejas tu soledad puedes manejar una relación.

Necesitas valorarte para valorar, quererte para querer, respetarte para respetar, y aceptarte para aceptar, ya que nadie da lo que no tiene dentro de sí.

Ninguna relación te dará la paz que tu misma no crees en tu interior. Ninguna relación te brindará felicidad que tu misma no construyas. Solo podrás ser feliz con otra persona cuando seas capaz de decirle bien convencida: "No te necesito para ser feliz".

Sólo podrás amar siendo independiente, hasta el punto de no tener que manipular ni manejar a los que dices querer.

Sólo se podrá ser feliz cuando dos personas felices se unen para compartir su felicidad, no para hacerse felices la una a la otra.

Para amar necesitas una humilde autosuficiencia, necesitas autoestima y la práctica de una libertad responsable.

Pretender que otra persona nos haga felices y llene todas nuestras expectativas es una fantasía narcisista que sólo trae frustraciones.

Por eso, ámate mucho, madura, y el día que puedas decirle a la otra persona "Sin ti me lo paso bien", ese día estarás más preparado para vivir en pareja.

Qué tema el del amor...

¿Quién puede amar así?

Nos hemos educado en la idea de la "media naranja", en que somos seres incompletos que necesitamos del otro para hallar la sensación de plenitud. Los cuentos de hadas siempre terminan con el encuentro del príncipe azul y el consabido "y vivieron felices".

Y creemos en esos cuentos. Y nos empecinamos en habitarlos.

Entonces aparecen frases como "el otro me hace sufrir", "el otro no comprende" y permanecemos atados a relaciones donde seguimos esperando que algo externo a nosotros cambie, y nos traiga la paz, el equilibrio, el amor, la felicidad.

Nada encontraremos en el otro si primero no lo hallamos en nosotros.

Es un largo proceso que puede tomarnos toda la vida, y al transitar ese camino, nos encontramos con partes nuestras que preferiríamos no reconocer, con dolores, con miserias personales... pero vale la pena.

Antes de acudir al encuentro del otro, deberíamos intentar el encuentro con nosotros mismos...

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